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“La verja del muelle es un horror y un error; sin ella, Cádiz recuperaría vida”

Alberto Campo Baeza recoge hoy el Premio Nacional de Arquitectura 2020 en el Oratorio de San Felipe Neri

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  • Alberto Campo Baeza, junto a su ambiciosa obra Entre Catedrales, ejecutada hace más de una década, en Cádiz. -

Aunque Alberto Campo Baeza nació en Valladolid, rememora su infancia feliz en Cádiz y se muestra orgulloso de haber dejado su impronta en la ciudad con el ambicioso proyecto Entre Catedrales, hace ya más de una década. Hoy vuelve a la capital para recoger el Premio Nacional de Arquitectura 2020 en el Oratorio de San Felipe Neri.

¿Feliz por el premio?

–Sí, feliz, pero con la idea clara de que el premio se debe más a la generosidad del jurado que a los méritos míos.

Premiado sin ser polémico.

–Ahora mismo se hace más famosete el que coge una torre, la tuerce y la inclina. Eso son patochadas que generan noticias y asombro. La arquitectura debe poner en pie una idea con cada proyecto, no ocurrencias.

Y premiado con unas 40 obras únicamente.

–Hay arquitectos que firman mil proyectos porque tienen un estudio con 100 personas. Pero yo creo que es muy hermoso controlar (quizá el verbo no es bonito, pero es preciso) y disfrutar cada una. Como en la música, la arquitectura tiene sus tempos.

¿Le tiene especial aprecio a alguna obra?

–Te diría que no, pero, evidentemente, a las de Cádiz, un poquito más. La primera, que fue muy difundida, la Casa Gaspar (en Vejer), y la última, muy difundida también, la Casa del Infinito, en la playa de Los Alemanes, en Tarifa, por decirte dos, están muy en el fondo de mi corazón.

Le ha dicho a una compañera que le haría ilusión llevar a cabo la reforma del Castillo de San Sebastián.

–Sí. A mí la reforma o lo que fuera que había que hacer me lo encarga Teófila (Martínez) pero aquello se fue al garete porque a la siguiente semana, la Junta, que era del otro lado, decidió que no, que habría que ver qué se hace, e incluso otro arquitecto puso un proyecto disparatado sobre la mesa, diseñando una especie de Guggenheim. Si algún día me lo vuelven a encargar, sería feliz, porque hay quien dice que allí estuvo el templo de Hércules donde Augusto supo que sería emperador y declaró a los gaditanos ciudadanos romanos.

¿Qué opina sobre la verja del muelle?

–Cuando era pequeño, iba con mis padres y sus amigos la tarde de los domingos a pasear por el muelle. Ellos iban hablando de sus cosas y los niños estábamos en torno a ellos. La observación que nos hacían siempre era que tuviéramos cuidado, que nos íbamos a caer... y nunca nos caímos. Era maravilloso, estaba ligado a la ciudad. Desde que establecieron que aquello era el muelle principal, y con el miedo al contrabando, le pusieron la verja, que yo creo que es un error y un horror. Sin verja, Cádiz recuperaría vida.

¿Qué me dice de la Aduana?

–Que hay que pensar sobre ello. Que de repente alguien diga que hay que echar abajo la Aduana porque estorba entre la estación y el muelle... piénsenlo, la historia es la historia, que deja cosas buenas y menos buenas, pero no es un tema urgente para la ciudad.

¿Y de Valcárcel?

–Lo mismo. Viví en el Campo de las Balas en unas viviendas pequeñas que estrenamos, seis y seis. Entre los vecinos ilustres de esas casas pequeñitas, bajitas, preciosas, estuvieron las familia de Carlos Díaz y Evaristo Maira. Cuando pasaron los años, en uno de mis viajes a Cádiz, veo que han tirado el Campo de las Balas y habían hecho unos bloques horrorosos. Eso sí que estorba a los bordes de La Caleta, que eran maravillosos.

Con lo baratas que salieron algunas de sus obras, ¿por qué cuesta tanto sacar adelante tantos proyectos?

–Escribí un artículo, con el que podría parecer comunista, que no lo soy, que decía que había que socializar el suelo o morir. Entiendo que el problema es que el suelo es un bien regalado para todos los humanos y es ridículo que alguien compre suelo y un amigo corrupto o lo que sea que esté en un ayuntamiento y declare que en eso que ha comprado ese señor se puede edificar veinte veces para que el terreno valga automáticamente cien veces más. Es inmoral. La especulación origina que los precios de la construcción sean más caros que la propia construcción.

Sobre su estilo, le ha costado sacudirse la etiqueta de minimalista.

–Es como si a García Lorca, Alberti o Manrique le dices que son minimalistas porque emplea menos palabra que los que escriben en prosa. No, mire usted, llámeme poeta; empleo menos palabras pero cada una está ajustada, afinada en su sitio, pero de minimalismo, nada.

Ha hablado en ocasiones de precisión.

–Sí, la misma precisión en arquitectura que en el mecanismo de un reloj. 

Es conocido como el arquitecto de la luz.

–Ésa es una etiqueta maravillosa. Newton decía que la luz es un conjunto de corpúsculos. Todos los arquitectos deberían usar la luz como material en movimiento.   

¿La luz de Cádiz es diferente a la de Valladollid?

–Andalucía tiene una luz muy parecida a la de Roma, es un regalo, influye la altitud y la orientación geográfica, que hacen que la luz sea más poderosa. La de Londres, por ejemplo, es muy diferente y un arquitecto al que adoro, Colin St. John Wilson, usó trucos diferentes para aprovecharla.

De manera que sus obras no son intercalbiables de territorio.

–Evidentemente. En Caja Granada hice un proyecto original con lucernarios de 3x3x3 y afortunadamente tardamos unos años en ejecutarlo. Me dio tiempo a seguir trabajando sobre la luz en ese espacio y los lucernarios pasaron a ser de 6x6x3.  

Esto tiene que ver con lo que decía de las ideas y las ocurrencias.

–Sí, un arquitecto no tiene que ser un artistazo; un arquitecto es alguien que trabaja y trabaja, le da vueltas a los proyectos, hace mil maquetas, investiga. 

Con la pandemia, el espacio que se habita ha cobrado importancia. ¿Va a afectar a la arquitectura?

–Respondería que sí para ser demagogo, pero no, no influirá. 

De hecho, vive en pocos metros.

–Unos 25 o 30. Si no estás casado ni tienes hijos, no necesitas mucho más.

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