El tiempo en: Sevilla

Jerez

La Feria traspasa la línea entre fantasía y realidad

Esto ya no tiene nada que ver con los sucedáneos domésticos donde ni siquiera había que guardar cola frente a un baño portátil

Publicidad AiPublicidad Ai Publicidad Ai Publicidad Ai
Publicidad Ai Publicidad AiPublicidad Ai
Publicidad Ai

El Real de la Feria estuvo menos concurrido este lunes

Una imagen del lunes de Feria.

La caseta Alegría de Vivir, una de las novedades de este año

La caseta 30 y tantos, reconocida con la Q de Calidad

Esto ha venido a ser como una mañana de Reyes Magos. La amanecida del 6 de enero no necesita de ningún despertador que la anuncie, porque el ritmo biológico ya la tiene programada desde mucho tiempo atrás.

Es despertarse y sorprenderse con una casa llena de ilusiones envueltas en charoles y celofán. La propia adrenalina del momento invita a romper papeles de regalo de manera casi compulsiva.

A los más pequeños casi no les da tiempo de ver qué hay detrás de cada embalaje cuando ya se afanan en abrir otro regalo. A un lado empiezan a apilarse los papeles y las cajas. Al otro, las ilusiones. Poco después -a esa hora a la que normalmente suena el despertador- el desbarajuste es fenomenal. Todo parece un campo de batalla recién finalizada la contienda.  

Y empiezan a surgir las preguntas... Porque claro, si de romper embalajes se trataba..., tampoco era necesario levantarse tan temprano, ni destrozarlos de manera inmisericorde en el menor tiempo posible. Igual ni siquiera eran necesarias tantas cajas. Una más, una menos... No hubiera cambiado el resultado.

Pues este inicio de la recuperada Feria del Caballo ha sido poco más o menos como una mañana de Reyes.

Ha habido ansia por despertarse y romper más cajas que nadie, sin importar que el pasillo de casa terminara pareciendo la trastienda de 'un chino'.

Y este lunes flotaba en el microcosmos del González Hontoria cierta sensación de que quizá tampoco era imprescindible tomarse las cosas tan a la ligera, porque al fin y al cabo si bien es cierto que esta Feria ha tardado más de la cuenta en llegar, también lo es que no por eso se va a marchar antes de tiempo. Hasta el rabo todo es toro. Y hasta el sábado es Feria, luego quedaba toda una semana por delante.

El lunes es festivo local, en lo que parece realmente una invitación a disfrutar del domingo sin necesidad de mirar el reloj ni de controlar los excesos.

En la práctica, es un día casi de resaca que muchos jerezanos aprovechan para descansar de todo lo vivido durante el fin de semana. Es una jornada algo más tranquila y que apenas pone un pie en la madrugada del martes. La Feria ha empezado con algo de calor, pero no conviene exagerar, porque tampoco es sofocante. Hay algo de brisa y las temperaturas máximas no son excesivas, lo que ocurre es que venimos de una primavera más fresca que de costumbre y los grados nos han caído encima como una losa.

Ya ha dado tiempo de quitarle el celofán al González Hontoria y al igual que cuando llega la tarde del 6 de enero te empiezas a percatar de que aquello que te había deslumbrado en ese mágico amanecer tiene todas las trazas de no pasar de ser una mera imitación del producto original, ahora te das cuenta de que los caseteros han invertido lo justo y necesario para cumplir el expediente.

Los alardes artísticos se cuentan ya con los dedos de una mano en un Real en el que se reproducen como una plaga las lonas de impresión láser. Valga como disculpa que las estructuras de las casetas son nuevas, que la coyuntura económica aconseja cierta cautela y que venimos de años muy malos. Pero eso no deja de ser una disculpa.

Desposeída del papel de regalo, en la Feria del Caballo se ven muchas cosas que igual no deberían verse. Pero nadie debe llamarse a engaño porque el González Hontoria no es más que un reflejo de la sociedad.

Quienes pisan el albero no proceden del espacio intergaláctico, aunque bien es cierto que se puede tardar menos tiempo en llegar hasta allí desde Neptuno que desde cualquier barriada periférica si hoy no es tu día de suerte con los autobuses.

Analizar la Feria entraña el riesgo de introducir elementos de percepción propios que no tienen porqué coincidir con los de cualquier otra persona y que en ocasiones dependen de la fortuna o la desventura personal.

Las redes sociales viralizan imágenes o estampas que no por compartirse más veces tienen que ser más comunes.

Se otorga ya tanta importancia o más a la realidad virtual que a la propia realidad. Así que si le pasan una foto o un vídeo que le llame la atención y constate que todo su círculo de allegados está hablando de esa foto o ese vídeo, no crea que lo que aparece ahí es común y habitual, porque lo único común es realmente la foto o el vídeo.

Hasta no hace demasiado tiempo las cosas que ocurrían en la Feria se quedaban en la Feria. Ahora ya no es posible, pero hay que intentarlo.

Se trata de vivir el momento y de que mañana usted mismo no tenga claro si verdaderamente pagó lo que pagó por un serranito que no hubiera pasado el filtro de la cocina de la prisión de Alcatraz.

Hay que quedarse con la Toña y la Malena -que ya están bailando otra vez-, o con esa abuela que baila -y que requetebién- y además es de alegre, igual que un cascabel.

Se trata de beber, una y otra vez, hasta desencriptar el misterio que nos aclare qué tiene el vino, que alegra las penas mías (y las suyas).

En definitiva, que esta vida hay que beberla en sorbitos de cristal (cuchíbiri, cuchíbiri).

Así que no es momento aún de preocuparse por lo que ha quedado después de declararle la guerra al embalaje y al papel de celofán con tan inusitada virulencia.

Ni siquiera de pensar si vamos a ser capaces de aguantar el tirón hasta que el millón y pico de bombillas del alumbrado se apaguen definitivamente, las freidoras dejen de echar humo y el ratón se nos vaya a vacilar a la gente de otro sitio.

Por ahora es momento de vivirlo todavía como si de una mañana de Reyes se tratase, sin reparar siquiera en la cuesta de enero.

Esto no tiene nada que ver con los sucedáneos que improvisó en casa en primaveras extrañas, donde no había problemas de aparcamiento, la comida y la música eran de su gusto y no tenía que hacer cola frente a un baño portátil semioculto entre cajas de cerveza.

Para bien y para mal, esta Feria pertenece al mundo real y no al imaginario. 

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN