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El patrimonio que el agua descubre pero que, al mismo tiempo, destruye

La sequía saca a la luz numerosos restos arqueológicos de gran valor en los embalses de toda España. Ejemplo de ello es el embalse de Sierra Boyera, en Córdoba

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El yacimiento de Sierra Boyera, en Bélmez, al descubierto ante la bajada de las aguas del pantano donde se ubica.

El yacimiento de Sierra Boyera, en Bélmez, al descubierto ante la bajada de las aguas del pantano donde se ubica.

El yacimiento de Sierra Boyera, en Bélmez, al descubierto ante la bajada de las aguas del pantano donde se ubica.

El yacimiento de Sierra Boyera, en Bélmez, al descubierto ante la bajada de las aguas del pantano donde se ubica.

El yacimiento de Sierra Boyera, en Bélmez, al descubierto ante la bajada de las aguas del pantano donde se ubica.

El yacimiento de Sierra Boyera, en Bélmez, al descubierto ante la bajada de las aguas del pantano donde se ubica.

La sequía está sacando a la luz numerosos restos arqueológicos de gran valor en los embalses de toda España, aunque el agua tan vital en estos momentos que descubre esos tesoros es, a su vez, el que destruye poco a poco ese mismo patrimonio.

Uno de los mejores ejemplos es el yacimiento arqueológico íbero del siglo VI a.C descubierto en 2017 por la sequía en el embalse de Sierra Boyera (Córdoba) que, con la subida y bajada del nivel del agua, está acelerando su progresiva destrucción hasta su desaparición en pocas décadas.

El responsable de la excavación en estos momentos e investigador del departamento de Prehistoria de la Universidad de Granada, Pablo González, ha explicado a EFE que el "oppidum", o poblado íbero, se puede extender sobre unos 600 metros cuadrados y actualmente solo se ha estudiado el 20 por ciento, ya que el resto del yacimiento está perdido por los cambios en el nivel del agua o por las construcciones humanas.

Se trata de la tercera excavación en la zona, tras la de 2017 y otra posterior en 2020, que ha "sacado a colación parte de un asentamiento dedicado a la producción", principalmente a la metalurgia, como muestra el descubrimiento de un "horno" de importantes dimensiones o la cantidad de restos cerámicos hallados en el entorno.

El estado de conservación actual es "muy delicado", ha alertado González, ya que pasa largas temporadas "bajo las aguas del pantano" y las "subidas y bajas del nivel del agua", unido a la "lluvia y el viento y demás elementos erosivos", está provocando un "deterioro rápido".

"Es un ciclo que no para y el mismo motivo que lo ha sacado a luz también lo está destruyendo", ha asegurado González, de ahí que la actuación sea calificada de "urgencia" para lograr toda la "información posible de los distintos estratos", ya que "su destrucción es imparable e inminente".

Una destrucción que, paradójicamente, todos desean que sea "más pronto que tarde" ya que eso significaría que el agua, como "bien primordial", regresa al embalse, de ahí que se tenga que "aprovechar" para investigar todo lo que se pueda y "llevar el patrimonio a la gente",

De hecho, la sociedad cordobesa y belmezana está "desbordando" las visitas guiadas que se están haciendo al yacimiento, un día a la semana y en horario de tarde en grupo de 60 personas, que permite la divulgación de un espacio que fue "importante" en su época.

En este sentido, la arqueóloga Araceli Cristo, la primera profesional que vio el yacimiento en 2017 tras recibir la alerta de un vecino de la zona y paisano, relata a Efe que al llegar comprobó que "no era un cortijo normal" y se podía apreciar "mucha cerámica por el suelo y estructuras emergentes", aunque con las técnicas de entonces "no se pudo saber casi nada".

"Aunque se pudo catalogar como sitio poblacional íbero, no había nada alrededor para comparar", mientras que las intensas lluvias de 2018 hicieron que los arqueólogos tuvieran que "salir corriendo literalmente" de la zona, lo que paró en seco el estudio.

Pero cuatro años después, en esta tercera excavación y con medios más avanzados, se ha logrado "tener más clara la cronología", definir con más detalle los "espacios productivos y habitacionales" además de las huertas, y todo para que "la gente conozca un patrimonio que es suyo y al que le quedan pocas décadas de existencia".

Cristo explica que hubo una "tentativa" de emplear "métodos subacuáticos" para explorar el yacimiento, si bien las "corrientes del pantano" y el "limo tan denso" impedían mucho la "visión a los buzos", por lo que se descartó la técnica y se tuvo que dejar al azar de la naturaleza.

El deseo sería una gran tromba de agua continuada que inundara completamente el yacimiento para su conservación y estudio, según expone Cristo.

"Si el embalse se llena hasta arriba sería mejor y menos dañino que si se va llenando poco a poco", asegura la arqueóloga, ya que el aumento y decrecimiento progresivo del nivel del agua va "limando los sedimentos de cada una de las zonas".

Por ello, su conservación dependerá mucho de "cómo se llene, cuánto se llene, y cuanto se mantenga lleno" debido a los problemas que suponen los "cambios de humedad", aunque si se mantiene como actualmente, con el 12 por ciento de su capacidad, frente al 34 por ciento del año pasado y más del 60 de media en la última una década, cerca de 30 años, aproximadamente, es lo que "le queda al yacimiento".

Pero mientras llega la ansiada y necesaria lluvia que llene pantanos y embalses por toda España, el yacimiento íbero de Sierra Boyera, uno de los más prometedores para conocer la protohistoria de Andalucía, lucha diariamente contra los efectos de la sequía para retrasar su destrucción y sacar a la luz todos sus secretos y piezas que encajen el puzzle de la época tartésica en la zona. 

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