Don Alonso Ros es mucho más que un sacerdote, es un padre y un amigo para todos aquellos que han tenido el honor de compartir con él alguna etapa de su larga vida.
A sus 90 años sigue teniendo el mismo espíritu de servicio a los demás y la vocación inquebrantable de un cura de los que nunca se jubilan.
Seguramente serán algunos de los motivos por los que le llueven las condecoraciones, la última, la medalla del V Centenario de Santa Bárbara como Patrona del Arma de Artillería, que él mismo pidió que le fuera impuesta el día de la Inmaculada en el Cuartel de La Legión de Ronda.
La medalla, que le concede el Arzobispado Castrense de España, premia el tiempo de fidelidad en el ministerio sacerdotal de los capellanes castrenses en las Fuerzas Armadas, para recompensar “acciones notables y meritorias”, en el caso de Don Alonso, desde el año 1971, cuando llegó a Ronda vinculado al Regimiento Ceuta 54.
La primera de las condecoraciones la recibió en 1985 como Legionario de Honor. También recibió la Medalla al Mérito Militar en 2001, la Cruz Fidelitas en 2006, principal condecoración que concede el Arzobispado, y la Medalla del Pilar de la Guardia Civil en 2016.
Para Don Alonso, todas estas condecoraciones son “un aliciente, un premio a mi constancia y a mi fidelidad”, tras prestar servicio en el Patronato Militar y en la Parroquia de San Cristóbal durante tantos años, algo que, asegura, “me ha ayudado a ser más sacerdote, no mejor sacerdote, sino más sacerdote”.
Durante su trayectoria de más de cincuenta años, Don Alonso ha intentado “ser Iglesia en salida, lo que hoy creo que necesita la Iglesia, ser para los creyentes, ante todo, sacerdote, familia y amigo”, en referencia a las palabras del Papa Francisco “en tiempos difíciles, en un mundo enfermo, todos para todos”.
La apertura de la parroquia, la acogida y las relaciones con todos por igual, así como sus años de colaboración con el Ejército, le han ayudado a vivir su sacerdocio “con generosidad, con espíritu de entrega y, sobre todo, con espíritu de obediencia”.
Durante su extensa trayectoria, ha sido párroco en Jimera de Líbar -como primer cura pilongo, por ejercer en la parroquia donde se bautizó-, Ajate, Estación de Gaucín, Estación de Cortes y finalmente en Ronda, en San Cristóbal desde 1971.
Fue aquí donde se embarcó en dos proyectos, la creación de la parroquia, que en esos momentos pertenecía al Socorro y Santa Cecilia, y la construcción de un templo. “Dos proyectos que hemos realizado con creces, y eso lo merecen los feligreses”.
Reconoce que hace cincuenta años se trabajaba de forma distinta, que la sociedad ha cambiado y que la Iglesia tiene que adaptarse y “servir desde la cercanía, desde la amistad, desde el conocimiento, desde el amor y desde la caridad”.
Ahora se encuentra inmerso en otro proyecto, el libro ‘San Cristóbal de Ronda, historia de amor’, que promueve la Fundación Unicaja Ronda. La recaudación de su venta se destinará a obras benéficas en San Cristóbal.
San Cristóbal y Ronda, y el mundo militar, “es mi auténtica familia, a la cual quiero, a la cual agradezco las atenciones que tengo diariamente. El señor me ha dado una familia amplia siendo hijo único”.