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Días de barrunto

La aparición

El esfuerzo valió la pena cuando nos vimos bajo esas cortinas de agua que en muy pocas playas se pueden admirar...

  • Vista parcial del Parque Natural de La Breña. -

La verdad es que es difícil de entender. Si el motivo era disfrutar de una playa distinta, aunque la nuestra sea maravillosa, podríamos haber pasado aquella tarde en la Yerbabuena. Pero tampoco nos apasionaba la idea, quizá con la coartada de nuestra loca juventud, y subimos hasta la cima  del acantilado.

Estábamos en buena forma física y el calor no nos pareció un obstáculo suficiente para seguir con nuestro empeño. Pero ahí no acabó la historia, ya que el verdadero objetivo era llegar a Los Caños. Y como por abajo no se podía, a causa de las mareas, lo intentamos por arriba.

Lo conseguimos, por supuesto, ya que entonces nos sentíamos capaces de hacer cualquier cosa, por muy absurda que pudiera parecer.

El esfuerzo valió la pena cuando nos vimos bajo esas cortinas de agua que en muy pocas playas se pueden admirar. Y así, entre baños y risas, los sesenta minutos de cada hora se convirtieron en segundos y el tiempo pasó volando. Pero una vez allí, era casi un sacrilegio no quedarse a contemplar una de las puestas de sol más hermosas que puedan existir. Solo quién la haya contemplado puede entender que no exagero lo más mínimo.

No hubo más remedio que regresar y nos dispusimos a hacerlo por donde habíamos llegado. Pero nuestro exceso de confianza nos jugó una mala pasada y cometimos el craso error de subestimar a Su Majestad La Breña. Cuando la noche decidió acompañarnos. La oscuridad nos desorientó y comenzamos a arrepentirnos de nuestra osadía.

En los años 80 ni siquiera podíamos imaginar que llegarían a inventar unos pequeños aparatos con los que poder comunicarse desde cualquier lugar, así que no quedaba otra opción que la de seguir intentando encontrar la senda correcta. Pero lo único que hacían aquellos tres insensatos era dar vueltas sin sentido.

Entonces, levantamos la cabeza y la vimos, Majestuosa, quizá mucho más bajo la intensa luz de la luna. Frente a nosotros se alzaba el faro que iluminaría nuestro regreso; la hermosa Torre del Tajo. La vuelta la hicimos a toda prisa en un absurdo intento de rebajar el enfado de nuestras madres, que ya alcanzaba la categoría de monumental.

Por supuesto, nos ganamos una buena reprimenda. En la cama, antes de caer en brazos de Morfeo, mandé un beso a nuestra salvadora.

Circula una leyenda donde se cuenta que, algunas noches, desde los barcos que pasan por debajo de la torre, se distingue a su alrededor la figura de una mujer. Aquella noche de verano, mis dos amigos y yo tuvimos una aparición, pero mi mente no la recuerda con ningún tipo de miedo, sino todo lo contrario.

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