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Jerez

Alto el fuego en una Feria ‘de champions’

El martes hace de ‘puente’ entre la apoteosis de los primeros días y un miércoles que se prevé multitudinario

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Saludo entre los ocupantes de dos carruajes

Imágenes del Martes de Feria

"Dios hizo al mundo en seis días, y al séptimo descansó. Y descansando soñó que le faltaba alegría, y del sueño, y del sueño, creó Andalucía, creó Andalucía, creó Andalucía…”.

No fue al séptimo, sino al cuarto cuando Jerez descansó de su Feria, o al menos esa gran masa que parecía estar dispuesta a resistir sobre el albero hasta que le dieran las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres de no se sabe cuándo.

En un González Hontoria presidido por una imaginaria bandera blanca cesaron hostilidades en un alto el fuego previo a esa batalla final que habrá de librarse este miércoles con la mujer y los autobuses de las excursiones a modo de fiel infantería dispuesta a arrasar campos y cosechas –vulgo tablaos y medias botellas-.

La tregua se antojaba además plenamente justificada, sobre todo a esas primeras horas de la tarde en las que el sol caía de plano sobre el Real.

Y es que este martes se alcanzaron las temperaturas más altas de la semana y se hacía más que necesario resguardarse en aquellas casetas –cada vez más- que ofrecen el casi imprescindible servicio de aire acondicionado.  

A las cuatro, las cinco y las seis, la hilera de casetas de los paseos donde pega el astro rey –con sus esteras protegiendo las terrazas- parece emular la estampa de aquellas otras desaparecidas de la playa de Valdelagrana.

No hay rendición posible para quienes viven la Feria con toda la intensidad que les permiten –a partes iguales- sus obligaciones y su cartera; y tampoco para los que precisan de ella para subsistir socialmente hablando.

Porque en ocasiones hay sitios en los que se hace imprescindible estar aunque no apetezca. A toda esta gente se le reconoce fácilmente en cuanto baja la marea de la muchedumbre, porque esa marea nunca baja para ellos.

Se les cala sin el menor esfuerzo. Caminan con diligencia por el mismo albero sobre el que otros apenas pueden mantenerse en pie. No pierden compostura. Tienen el mismo aspecto a las dos –esta gente suele llegar temprano- que a las ocho y jamás se echan la mano a la cartera.

Entran en las casetas con diligencia y miran a derecha e izquierda en busca de su presa. Si no la encuentran salen por donde entraron porque no les merece la pena estar allí. Y así sucesivamente. Es un trabajo como otro cualquiera. Una forma de vivir la Feria.

Esta gente no va a los cacharritos. Es más. Diríase que no saben qué es eso ni dónde está, básicamente porque no esperan favor alguno de quienes subsisten en un poblado repleto de remolques y autocaravanas.

Allí no hay tregua ni alto el fuego. De hecho, fue sobre el alquitrán donde se libró una de las grandes batallas de esta loca semana de Feria. Pasar bajo el viaducto del tren es como sumergirse en una realidad paralela.

Es una especie de 'déjà vu' difícil de explicar, porque se tiene la sensación de que esa tómbola, esos coches de choque y ese scalextric siempre han estado ahí.

Es sin duda alguna el rincón de la Feria en el que las carteras menguan con más rapidez a base de cambiar billetes por fichas de plástico, singulares monedas cuyo curso legal vence apenas tres o cuatro minutos después de entrar en circulación.

Para traspasar esa frontera sin volverse loco se antoja imprescindible un reseteo exprés de cualquier concepto económico previo. A los cacharritos se va a gastar dinero –con descuentos o sin ellos-.

Eso sí, te va a quedar para los restos una foto de un tiempo feliz en el que creíste que para ser Fernando Alonso bastaba con meter una ficha rosa junto al volante de un coche viejo pero a la vez eléctrico. Por cierto, que en los scalextric de la Feria el piloto asturiano todavía corre con Renault... Ahí lo dejo.

En los cacharritos no hay paseo de caballos que marque la frontera entre la tarde y esas horas previas al cuarto encendido del alumbrado, que es a  la Feria lo que los encierros a San Fermín, un paso más hacia el pobre de mí.

El encendido de las bombillas queda huérfano de ese murmullo general de asombro que nos dice que igual se ha hecho ya más tarde de la cuenta para ser martes.

A esa hora hay dos tipos de casetas, las que tienen sus cocinas trabajando a destajo y las que buscan hielo para rellenar macetas de cualquier cosa, en una suerte de caro botellón adobado de la música -o lo que sea- de un Dj.

Existe ya una herramienta digital que le dice a cada momento quién está cantando y dónde (laferiadejerez.es). Es de las pocas cosas de la Feria que no cuestan dinero, así que aproveche para darse una vuelta aunque sea desde casa.

Todo lo demás es susceptible de ser monetizado, desde una foto con una réplica de felpa manifiestamente mejorable de Mickey Mouse hasta un paseo en coche de caballos.

De hecho, no se extrañe si cuando ponga pies en el albero se le acerca una muchacha ofreciéndole “muy buenas ofertas” para subir a un enganche.

Sí, como si se tratase de cambiar la póliza de seguros del coche o de abonarse a un canal de esos donde se pueden ver en directo hasta los partidos de cuarta regional de la liga de fútbol de Eslovaquia.  

No tardará demasiado en sumarse a estas prácticas algún que otro casetero, trasladando así a esta ciudad efímera del González Hontoria lo que ya empieza a ser costumbre en el centro de una city cada vez más al gusto del forastero.

En Jerez-Londres no sé si han repuesto ya de los fastos de la coronación de Carlos III (God save the Feria), y tampoco si son más del Chelsea o del Arsenal. Desconozco incluso si allí cantan o no los goles de ningún equipo.

Pero creénme si les digo que a determinada hora de este martes -en medio del armisticio previo a la gran batalla del miércoles- hubo en el González Hontoria cierto ambiente futbolero.

Y es que la de Jerez -no se le olvide a nadie- es una Feria de champions, pero de champions de verdad.

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