Las tres se encuentran en un centro de mujeres, donde en una entrevista con Efe, afirman que intentan dejar atrás los malos recuerdos y, aunque las heridas tardan en curar, poco a poco van quedando sólo las cicatrices.
Alicia, al igual que el de sus compañeras es un nombre ficticio, tiene 39 años y tres hijos. Aguantó durante un año y medio las palizas y las humillaciones del que fue su pareja. Un periodo corto en comparación con otras
víctimas, reconoce ella, pero “lo suficiente” como para anularla como persona.
Al principio, cuenta, los maltratadores son encantadores, pero “encantadores de serpientes” y van quitando poco a poco la libertad.
“Lo primero que te quitan es la economía, yo no tenía ni un euro para llamar por teléfono”, relata Alicia, quien señala que las pocas veces que salía a la calle él la llamaba incesantemente para controlarla.
Explica con dolor el “horror nazi” que sufrió. Cómo su pareja la tuvo dos días atada a la pata de una cama, sin luz, sin agua, o cuando la obligó a estar arrodillada durante cuarenta minutos, o cuando contó a un amigo de su agresor su drama, sin éxito. La delató.
Elena, de 39 años, aguantó más. Nueve años.
“Él llegaba a casa bien, pero a los cinco minutos empezaba a chillar hasta que pasaba a los golpes. Sabía dónde dármelos: en la cabeza, donde no se notaban los moratones”, dice la mujer, quien lamenta que no se atreviera a contárselo a la familia.
Su pareja le llegó a tirar una plancha caliente. “Si no llego a arrodillarme me da”, añade Elena.
Susana tiene 35 años y es uruguaya. Tiene tres hijos. Vino a Madrid porque aquí vivía su abuela, quien le presentó al que le haría la vida imposible durante cinco años. En ese tiempo soportó palizas incluso estando embarazada.
Apunta que antes de que se fueran a vivir juntos él ya daba indicios de lo que más tarde se convirtió en un horror y asegura que lo que más le dolía era la manera que tenía de hablarle: “Sus palabras eran tan duras que a veces pensaba que prefería un guantazo”.
Recuerda las noches sin dormir, abrazada a la almohada, rezando para que el hombre no matara ni a sus hijos ni a ella. Su huida fue difícil, pero lo consiguió.
Las tres mujeres están marcadas de por vida.