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Cuando calle la primavera

Los árboles empiezan a desparecer con mayor rapidez en el ecosistema urbano, en las ciudades, que en los ecosistemas naturales

Publicado: 29/04/2024 ·
12:24
· Actualizado: 29/04/2024 · 12:52
  • Árbol urbano. -
Autor

Salvo Tierra

Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial

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Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía

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  • Se imaginan ciudades sin árboles en las que los gases de los vehículos y el polvo en suspensión no fuesen atrapados por las hojas de plátano
  • Se imaginan una ciudad en la que no se vean volar a aquellos símbolos de la libertad que son los gorriones

Puede parecer increíble, pero los árboles empiezan a desparecer con mayor rapidez en el ecosistema urbano, en las ciudades, que en los ecosistemas naturales. Así se deduce de los resultados de un estudio sobre 164 ciudades de todo el mundo. Todavía, por desgracia, para demasiados urbanitas los árboles de sus calles deberían talarse. Entre las razones más frecuentes porque son molestos, manchan las aceras, provocan resbalones, tapan los escaparates comerciales y otras tantas excusas que demuestran la escasa cultura que sobre estos organismos existen. Pero esta es una desaforada anécdota, en verdad es un efecto más de la crisis climática y de un calentamiento global que se cierne con más crueldad sobre nuestras ciudades. La bóveda de calor que se forma sobre ella, que conocemos como isla de calor urbano, está sobrecalentando los pavimentos y generando con excesiva celeridad una desecación del subsuelo. La evidencia de este fenómeno ya se observa en ciudades en las que los edificios se hunden, y ante tan extremas circunstancias los árboles no logran sobrevivir.

La bóveda de calor que se forma sobre ella, que conocemos como isla de calor urbano, está sobrecalentando los pavimentos y generando con excesiva celeridad una desecación del subsuelo

Se imaginan ciudades sin árboles. Ciudades en las que los gases de los vehículos y el polvo en suspensión no fuesen atrapados por las hojas de plátanos de paseo o de jacarandas. Ciudades en las que el ruido no fuese amortiguado por los robustos troncos de las arboledas callejeras. Ciudades de una sequedad ambiental extrema porque carezca de la humedad que provee la transpiración foliar. Se imaginan una ciudad en la que no se vean volar a aquellos símbolos de la libertad que son los gorriones, o no se oiga el trinar de las oscuras golondrinas, de los vencejos o incluso el asombroso canto de un ruiseñor anunciando el más preciado equinoccio del año. Entonces la primavera será silente, como nos advirtió Rachel Carson.

Si queremos hacer ciudad necesitamos al menos diez árboles por habitante para compensar aquellos efectos negativos que con nuestras actividades generamos. Árboles que deben estar incrustados entre los edificios, en las malparidas plazas duras y en parques que dispongan de arboledas que ofrezcan la mejor sombra. Un antiguo refrán se hace hoy más ley: quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija.

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