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¿Voto de castigo?

Últimamente, el calendario de comicios electorales se muestra tan abultado como el de romerías o ferias

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Últimamente, el calendario de comicios electorales se muestra tan abultado como el de romerías o ferias. Las elecciones se suceden entre sí, más rápido de lo habitual, yendo de las municipales a generales, autonómicas o, ahora, europeas como vienen aconteciendo desde abril las romerías de la Virgen de la Cabeza, Alharilla o Martos y, en los próximos días, la feria de la Virgen de la Capilla.

El ciudadano puede verse, incluso, sobrepasado. La llegada de las votaciones hace enfrentarse a una nueva reflexión sobre las propuestas de las formaciones políticas cuando todavía no ha dado tiempo de observar si se están aplicando las promesas realizadas en la campaña electoral previa.

Y dentro de este panorama de visitas continuadas a las urnas, la decepción en las calles respecto a la clase política es considerable. No es para menos si hablar y debatir sobre la gestión ha pasado a un segundo plano.

Al igual que mientras se suceden romerías o ferias la alegría y el alboroto están presentes, si el país vive en una campaña electoral constante el fuego abierto no cesa. Se pronuncian palabras poco respetuosas ejemplificadas en insinuar que otro dirigente consume sustancias estupefacientes o, en pleno congreso, decir aquello de “me gusta la fruta”. Solo dos ejemplos de la gran cantidad que se producen semanalmente.

¿Cómo no va a sentir decepción la ciudadanía? En este tiempo, se viene presenciando cómo se manchan, con estos casos, las instituciones públicas. Sin guardar las formas, son los propios políticos los que siguen echando leña a este fuego. A la agresividad verbal se suma, por ejemplo, corear o gritar en el Congreso como si de un estadio se tratara.

Hasta el entendimiento que uno puede tener, los cargos que ostentan bien les llevan a ser considerados como líderes. Esta manera de identificarlos implica que sean seguidos por un grupo, hasta admirados.

¿Cómo no va a haber tensión en las conversiones de política que se dan en las calles si los que son considerados como modelos de comportamiento sobrepasan estos límites? ¿Dónde ha quedado el saber estar, el respeto o la capacidad de diálogo?

Ante todo esto, ¿el ciudadano qué puede hacer? Se habla de aquello del voto de castigo, tomando la papeleta a otra formación política por descontento. Planteado esto, ¿a quién votar? Si Congreso, parlamentos y salones de plenos se han convertido en batallas de gallos.

Podría pensarse, si no hay mejor opción, en no ir a votar. Escasa utilidad tiene para la muestra de disconformismo si, al final, los escaños son los mismos, haya en las urnas más papeletas o menos.

¿Qué posibilidad queda? ¿Papeleta en blanco? Opción atractiva. En teoría, muestra de no encontrar ningún representante apropiado. Para poco sirve también, pues estos votos son redistribuidos después entre los partidos.

Entonces, ¿qué queda? Hasta que lleguen cambios legislativos, simplemente seguir pidiendo que consideren abandonar esta espiral de tensión. Concluir la guerra verbal y recuperar la presencia respetable que tuvo la clase política española.

¿Mientras tanto? resignarse y hacer por disfrutar de los días, buena opción para ello son romerías y ferias.

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