Llega un momento en la vida en que nos empezamos a cuestionar nuestra forma de asumirla y/o afrontarla, y comenzamos a sopesar las diferentes circunstancias que tenemos a nuestro alrededor. Es esa edad en la que te empiezas a cuestionar todo, en la que todo pesa y todo es relativamente pesado. Los años nos dan ese bagaje particular y personal en el que declinas aquellas situaciones que son una carga y huimos de la responsabilidad de hacernos con ella, mientras no sea una necesidad imperiosa de la que no tengamos más remedio.
Es ese momento en el que valoramos la asertividad y la empezamos a llevar como bandera, y como estilo de vida. Es un paso evolutivo importante, pero sobre todo, es algo necesario, dado que nuestra mente y nuestro cuerpo ya no generan la misma actividad y requieren de otras sensaciones más acordes a la realidad que vivimos; y aunque nos cueste tomar conciencia de ello, es parte de ese proceso de maduración que esta vida nos brinda.
En general, cuando se llega a este punto, muchos no entienden ese cambio, sobre todo para personas hiperactivas, disponibles y siempre atentas, condicionando nuestra maduración y con ello nuestro bienestar. En esa edad de la que hablamos, debe imperar el equilibrio, donde se precisa el establecer límites, cierto orden entre lo importante, urgente, emergente, necesario, etc. y darle el valor real a cada situación, evitando con ello abrir múltiples frentes en nuestra vida que nos aboquen a cargas emocionales tensas que no nos satisfacen.
Es de vital importancia priorizar las opciones de vida, y en teoría, se valora el tiempo para uno mismo, buscando espacios vacíos solo y exclusivamente para nosotros, sin que exista ninguna repercusión por ello. Curiosamente, entramos en unos meses que muchos destinamos a nuestra relajación, a vivir, en el amplio concepto de la palabra, con y para nosotros y aquellos que nos rodean, sin la presión que ejerce la rutina laboral, social, familiar, etc. Llega un momento en, que cada segundo importa, aprovechémoslo.