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El Cádiz vuelve al infierno de la Segunda B y en el pozo recupera la ilusión

La primera mitad de 2008 es un cúmulo de despropósitos que llevan al descenso

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  • En verano se trabaja bien y el equipo se sale hasta diciembre
Los malos prólogos suelen traer desenlaces fatales. El año 2008 tuvo una mala presentación para el Cádiz, que se deshizo de su jugador referencia, Lucas Lobos (firmó un contrato multimillonario con el Tigres de Monterrey mejicano) a finales de 2007. La nave cadista ya no supo enderezar el rumbo y los continuos golpes de timón no hicieron sino empeorar la deriva de un equipo que acabó descendiendo el 15 de junio en Alicante de una manera tan cruel como merecida. Era el peor epílogo a una campaña desastrosa en todos los aspectos. A partir de ahí el club retomó la cordura en lo deportivo y se agarró al clavo ardiendo de una supuesta alineación indebida para mantenerse en Segunda A. Pese a los recursos, el equipo milita en Segunda B donde se sale.

El 2008 se debe dividir en tres bloques diferenciados. No sólo por categoría en la que milita el equipo, sino por la diferencia de criterios en la dirección de la entidad y por los aciertos en la gestión. El primero es la descomposición del proyecto glamuroso de Baldasano que tras su espantá dejó al Cádiz herido de muerte. Hubo tiempo para enmendar los errores, pero sólo se hizo empeorarlos. La salida de Lobos es el punto de inflexión que marcará la primera mitad de 2008. Pero también las de Pavoni y Vella, dejando al equipo muy mermado.
El objetivo del ascenso pareció posible hasta que el colegiado Gardazábal Gómez aniquiló las esperanzas amarillas con una capciosa actuación en el Cádiz-Sporting (0-1). A partir de ahí, todo fue la crónica de una muerte anunciada. La Ley de Murphy dice que todo lo suceptible de empeorar lo hace, y eso le ocurrió al Cádiz.
Los refuerzos de invierno no funcionaban y Antonio Calderón perdió el mando del vestuario. Entre la falta de autoridad que le confirió el consejo para tomar medidas drásticas con algún jugador, la poca implicación de la mayoría y la apatía general la era Calderón acabó como el Rosario de la Aurora. Otro técnico de la casa tomó el mando, Raúl Procopio. Los jugadores demostraron que no se les había olvidado eso de darle al balón, evidenciando que el problema era de fondo, no de banquillo.

Pero pronto un grupo de mimados profesionales del Cádiz decidieron irse de vacaciones y vivir la vida gaditana. Los resultados no llegaban, el equipo no terminaba de carburar y Antonio Muñoz decidió cesar a Procopio a falta de tres encuentros. La solución de emergencia era Julián Rubio. Tres puntos en tres partidos su bagaje.
Los amarillos fueron incapaces de ganarle a un Sevilla Atlético que vino al Carranza de paseo. Y en el último partido, en Alicante ante el Hércules, el desenlace fue malévolo. Tras adelantarse en el marcador y con el resto de encuentros finalizados, el Cádiz jugaba la prolongación con un 1-1 en el marcador que lo abocaba al descenso. Un extraño penalty abrió la puerta a la esperanza. Pero el lanzamiento de Paz se estrelló en el poste y el balón tras dar en la espalda de Sanzol se marchó fuera y con él el Cádiz de nuevo al infierno de Segunda B.

Estado de ‘shock’

El cadismo no se lo creía. Era el castigo justo a los errores de sus mandatarios, técnicos y jugadores pero absolutamente desmedido para el pecado de permisividad cometido por la afición. Sin embargo, una argucia legal hizo que todo se olvidara. El Hércules había alienado irregularmente a un juvenil. El Cádiz reclamó,m pero los tribunales de justicia deportiva, pese a darle veladamente la razón, no le concedieron los tres puntos.
   
La entidad amarilla recurrió a todas las instancias. Muchos fueron los expertos en derecho que se mostraron a favor del posicionamiento cadista, pero la justicia deportiva no se atrevió a dar un paso de tal índole. Salvar a un equipo en los despachos y condenar a otro al descenso pese a que se había salvado en los terrenos de juego. Ni siquiera hubo solución salomónica. El Cádiz descendió y jugaría en Segunda B.

Trabajo bien hecho

En plena incertidumbre sobre la categoría en que jugaría el equipo, el consejo de administración que preside Antonio Muñoz da un golpe de timón en la nave. Llega un director deportivo de fuera de la entidad, Julio Fernández Peguero, del Recreativo de Huelva, y un entrenador que nunca había sonado ni estaba en la órbita cadista, Javi Gracia. Hasta el momento y por los resultados dos aciertos de Muñoz.

Peguero y Gracia comienzan a planificar la temporada. Y empiezan a confeccionar un equipo de Segunda B que un par de refuerzos podría jugar en Segunda A. Finalmente la campaña arranca con el Cádiz en la categoría de bronce. Y lo hizo con la decepción de la eliminación de la Copa del Rey en Guadalajara.
Fue sólo un error. Desde entonces el equipo prácticamente se paseó por la categoría. Un sólo partido perdido de 18 jugados y el hecho de ser el mejor conjunto de los cuatro grupos de Segunda B así lo demuestran. El Cádiz de Javi Gracia ha firmado el mejor arranque liguero de su historia y el mejor del siglo XXI en todo el fútbol español.
Sólo el último mes hace que surjan dudas. Tres empates y una victoria en los cuatro últimos partidos dejan a los amarillos líderes con ocho puntos de ventaja respecto al segundo, el Poli Ejido.

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