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Torremolinos

Reflexiones otoñales de un caminante

Un paseo por Calle San Miguel de Torremolinos

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“Me gusta por la mañana,
Dedicado a todas las personas que me dieron tanto cariño y afecto cuando yo era un niño y más lo necesitaba. Muy especialmente a Isabel Santaella, Juanita Santaella, Víctor Salvador Quintana, Isabelita Manoja y Pepe Medina Sánchez. después del café bebío
pasearme por La Habana

con mi cigarro encendío”
(Porrina de Badajoz).


Torremolinos, cuántos agravios, cuánto te necesito.

50 años hace que llegué a Torremolinos, (un niño estirado a hombre que aún no había cumplido los once años). No vine como turista, ni como constructor, ni como hippie, vine a “invertir”. Ya con once años, desde mi Málaga trinitaria y hambrienta, yo invertí en Torremolinos mi vida, mi presente y mi futuro, y fue la mejor y más fascinante inversión de mi vida.

En aquellos años la barriada de Torremolinos, QUE SIEMPRE FUE PUEBLO, a tantos como yo, nos dio alma, dignidad, calor, alegría, esperanza y autoestima para creer en nosotros mismos.

¡Qué triste ver como miles de andaluces, con sus maletas de cartón, emigraban a cientos y miles de kilómetros de nuestra querida, maltratada e incomprendida Andalucía!

¡Qué suerte tuvimos los que llegamos a Torremolinos, ser “emigrante” dentro de nuestra propia casa, bajo el sol, el cielo y las estrellas de nuestro mediterráneo!

Torremolinos era un “agujero negro” resplandeciente en el espacio de una Andalucía cálida pero fría, alegre pero triste, religiosa pero atea y donde predominaba el negro sobre el blanco. El pueblo de las aguas cristalinas, el del sanatorio marítimo, recibía todos los desheredados de Luces de Bohemia (Valle Inclán), que no sabíamos ni cómo, ni por qué habíamos contraído la enfermedad del esperpento.

¡Qué suerte poder llorar a nuestros difuntos en nuestros cementerios, estar al lado de nuestras novias, esposas, padres, hijos, hermanos, hermanas, cuando nos necesitaban; mientras que otros como tú y como yo, lloraban la pérdida del reino nazarí, lejos de Andalucía, acosado por el hambre y las necesidades, sin poder percibir el olor de las biznagas, las albahacas y las damas de noche, en las noches de verano!

Escribir de las personas, personajes, anécdotas y establecimientos de Torremolinos, me resulta emocionalmente imposible. Está licencia está destinada a los historiadores y eruditos en la materia. Yo, ya bastante sufro, peleándome con mis emociones (dicen nuestras abuelas que los partos con dolor traen más hijos).

Torremolinos también tiene sus nubes, porque es vida, y toda vida tiene su maldades; pero cuando algo o alguien te da tanto y te lo demuestra día a día, tú ya no concibes esa unión si sus caprichos y ventoleras.

Hace muchos años, casi pidiendo perdón, dije: “Andalucía y España tienen una deuda histórica de respeto y economía con Torremolinos”. Ahora, lo reclamo fuerte y alto, “si los sordos no quieren ver, ni los ciegos escuchar mi exclamación, los vientos de levante y de poniente llevarán el eco y el salitre, a un lucero brillante y tembloroso que cuando vio Torremolinos desde el firmamento, ya no quiso gravitar más, ni resplandecer en ninguna otra flor (El Principito, Antoine de Saint-Exupéry), que no fuese Torremolinos.” Ese lucero se puede ver, mirando al cielo, en la línea imaginaria que une El Bajondillo con La Carihuela.

Torremolinos es por excelencia la Andalucía que define la humanidad de un pueblo.




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