Quedan pocas personas de las que, en silencio, inician su ritual, lavando y embelleciendo el nicho o la tumba, cambiando las flores, y permitiéndose hablar (en sentido figurado) un rato con los seres queridos.
En cambio, otros muchos se quedan en la puerta del cementerio a conversar, sin siquiera pasar a su interior y visitar la tumba de sus antepasados. No es lógico que se pierda el respeto a los que quieren homenajear a los suyos, frente a todos los que no lo hacen. Con todo, debido o no a esta moda, parece que el camposanto cada año recibe más visitas, centrándose todo el barullo en las horas centrales de la mañana o del almuerzo, siendo la tarde para los rezagados. Esta tradición que se impone no la puede cambiar nadie, pero está en la conciencia de todo aquel que no comulga con el rito dejar el cementerio libre para los que sí creen en él.