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“Todo lo que soy se lo debo a Arcos”

El poeta y escritor arcense se sumerge nuevamente en el género literario para deleitarnos con otra de esas historias del sur, de personas anónimas pero que desde su condición de desconocidas reflejan el devenir de los tiempos

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  • Pedro Sevilla. -

Pedro Sevilla vuelve a estar de rabiosa actualidad gracias a la publicación de Los relojes nublados (ed. Renacimiento. Sevilla, 2014).

—¿Qué historia cuenta Los relojes nublados?
—El título de la novela es una metáfora sobre el tiempo detenido, el tiempo sin vida que arrastran muchas personas que sufren la enfermedad del alcoholismo. Es un libro nacido a raíz de mi experiencia y mi amistad con numerosos miembros de la asociación Alcohólicos Anónimos de Arcos, pero también, desgraciadamente, de mi experiencia familiar. En casi todas las familias hay una persona con problemas con el alcohol. La novela pretende ser una reivindicación de esas personas, de su dignidad que en ocasiones la sociedad le arrebata.


—Si hay algo antagónico es la capacidad de la memoria y el alcoholismo...
—El problema más acuciante y horroroso del alcohólico es que hace cosas que después olvida por culpa de la bebida; cosas de las que, luego de beber, no tiene conciencia. Ese tiempo perdido es una obsesión que algunos de los alcohólicos mantienen de por vida. Es muy duro salir de casa a las seis de la tarde y regresar de madrugada y haber olvidado lo hecho. En ese tiempo ha podido matar, malgastar el dinero, insultar... 



—Tengo entendido que la obra es en cierto modo un repaso por la historia reciente de España, con el sur siempre presente como motivo de inspiración y de recurso.
—El sur y, concretamente, Arcos. Aunque el nombre de la ciudad no aparezca explícitamente, sí que está visible de forma tergiversada por la ficción. Me he ido de nuevo a una época que me fascina literariamente: la transición democrática española, porque coincidió con la gente que ahora andamos por los cincuenta y pico. Entonces éramos unos adolescentes, pero España también era una adolescente. Franco acababa de morir y había una gran incertidumbre por lo que podía ocurrir en el país. No sabíamos si habría una nueva dictadura, una guerra civil... Era un periodo turbulento pero al mismo tiempo incitante e ilusionante. Ya digo, he vuelto a aquella época, metiendo un personaje que no soy yo, aunque el libro tenga mucho de autobiográfico. He jugado de nuevo con mi biografía y con la ficción; he creado un personaje, Miguel, que entierra a su padre alcohólico. Miguel sueña con ser una personalidad política, quiere ser un comunista recordado, pero al final acaba siendo un alcohólico decrépito. Gracias a Alcohólicos Anónimos consigue la rehabilitación y logra, digamos, una especie de resurrección, salir de esos relojes nublados, de la desmemoria del alcoholismo, para convertirse en una especie de salvador del resto de alcohólicos. Por medio hay una historia de amor. Todo ocurre en Arcos, porque sólo sé de lo que he vivido. 


—¿Hasta qué punto te ha influenciado tu experiencia ayudando a Alcohólicos Anónimos?
—Lo he dicho muchas veces: he estado en foros políticos, culturales, sociales…, pero nunca he encontrado tanto amor por la vida como en Alcohólicos Anónimos. Es gente que se aferra con fuerza a la vida. Cuando escribo una novela lo hago en clave de homenaje y de devolver la vida a las personas que a mí me la han dado. Llevo bastante tiempo con ellos y hace unos años me surgió esa necesidad de homenajearlos y aportar mi granito de arena para que se les conozca en la calle como seres enfermos que desean vivir alejados del alcohol. Todos pensamos que un borracho lo es porque es un vicioso, pero no es así. El alcoholismo es una enfermedad a la que debemos dar el mismo tratamiento que al cáncer u otra enfermedad. 


—La ilusión por la política se ha ido desvaneciendo con la crisis. Eso no es bueno si entendemos la política como un instrumento capaz de transformar la realidad social…
—No es bueno, no lo es. Fuimos unos chavales que teníamos todo por hacer, como España. Afortunadamente, vino una constitución reconciliadora de las dos España, que tendría sus defectos, pero fue un grandísimo paso el que dimos como país. Eso se lo debemos en gran medida a Adolfo Suárez, al que atacamos desde los partidos de izquierda en otra época. Pero él se atrevió a legalizar el Partido Comunista, estuvieron a punto de darle un tiro en la cabeza, pero hay que darle su valor histórico. Todo eso sale en la novela. Ese desencanto actual también tiene su reflejo en la novela, donde en cierto modo retrato a dos personajes de Arcos que hoy son dos señores mayores: Jesús Ruiz y Lorenzo Perdigones.  No es ningún secreto, y los lectores así lo reconocerán. Fueron dos abanderados de la ilusión que entonces había por la política. Hoy día, como muchos ciudadanos, están desencantados con la política. Hoy hablan de un tiempo que fue hermoso y que se ha ido desvirtuando. Hoy día la política en una tangana constante hasta alcanzar desastres como el vivido con las elecciones europeas, donde la abstención ha sido muy elevada. Eso no es bueno y los políticos deben tomar nota. Es una cuestión de desapego de los ciudadanos de la clase política.


—Vuelves a confiar en la editorial Renacimiento, con la que mantienes tu particular idilio.
—Es una editorial a la que debo mucho. Tengo gran amistad con sus propietarios porque siempre han confiado en mi poesía, desde que era un muchacho de treinta años. Hay un afecto muy grande. Presentamos la novela en Sevilla, en la feria del libro, y esta semana lo hago en la librería Luna Nueva de Jerez. Posiblemente en octubre presentaré la novela en Arcos porque ahora hay mucha actividad , hay que respetar el calor y los preparativos de la feria.


—Ciertamente, nos sorprendes con una nueva novela de la que no habíamos oído hablar hasta su publicación.
—Puedo aparentar ser una persona algo oscura. No dejo de contar las cosas por guardármelas para mí, sino que tengo una especie de pudor que me retrae. Se lo comentaba a mis amigos del club de lectura…, pero no es por oscuridad, sino que me da pudor hablar de mis cosas. No es una justificación, sino que es así. De todos modos, lo que escribo lo pongo en manos de mis vecinos porque todo lo que soy se lo debo a Arcos.

  
—¿En qué obra vital trabajas ahora mismo con independencia de la arquitectónica que ejecutas en casa?
—Bueno. A los libros hay que dar su recorrido, por lo que ahora no me planteo una nueva novela o una obra poética. Aprovechará el verano para leer, para acercarme a la Delegación de Cultura y escribir mis artículos para la prensa, porque me encanta estar en este periódico y que mi opinión se conozca. Yo que soy tan malo hablando, me gusta por lo menos explicarme mientras escribo.


—Muchas gracias amigo. Suerte con tu nueva novela y en la vida.

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