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¿Solamente fútbol? Apuntes de una rivalidad

Uno de los grandes maestros de la prosa inglesa, John Ruskin, escribió que “de la rivalidad no puede salir nada hermoso, y del orgullo nada noble”.

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La rivalidad tan singular como veraz que nos ocupa, la que mantienen a día de hoy y desde tiempo inmemorial el Sevilla FC y el Club Atlético de Madrid, está repleta de lances hermosos o desgraciados. Depende, claro está, del escudo que uno lleve tallado en el alma.

tres meses antes de que España ardiera en una hoguera sangrienta y fratricida, rigurosamente el 19 de abril de 1936, en el viejo Metropolitano madrileño se disputó un partido tremendo. Era la última jornada de liga de la temporada 1935/36, y el Atlético, que entonces aún se llamaba Athletic, y el Sevilla FC se jugaban la permanencia en Primera División. Era el Sevilla de Eizaguirre, Euskalduna, Fede, Berrocal, Torrontegui y Campanal, entrenado por Ramón Encinas, que sólo una año antes había conseguido proclamarse campeón de la Copa republicana. Pero la temporada había sido mala, y el Sevilla alcanzó aquella última jornada con la obligación de ganar para no descender a segunda. Al Atlético le bastaba con el empate para mantener la categoría. Pero ganó el Sevilla en un partido cargado de épica. Con 2-3 en el marcador el Atlético dispuso de un penalti a su favor a cuatro minutos del final, pero Chacho lo falló. Lanzó a la madera, e Ipiña, con toda la portería para él, envió el rechace por encima del larguero.
Pero el Athletic/Atlético nunca bajó a segunda. Después de la guerra se fusionó con el Aviación Nacional, pasó a llamarse Atlético de Aviación, y tras un desempate con Osasuna ocupó la plaza que había dejado libre en Primera el Oviedo, que no pudo empezar la temporada porque su estadio quedó destrozado por la guerra. Jugarreta del destino. El Atlético, guiado por el divino Ricardo Zamora, no solo se mantuvo en Primera División, sino que ganó las dos primeras ligas de la posguerra.
Como también ganaría la liga en 1951. El domingo 22 de abril de aquel año, domingo de feria en Sevilla, el Sevilla FC y el Atco de Madrid, que desde 1947 ya se llamaba así, se jugaban el título. Al Atlético, entrenado por el Mourinho de entonces, Helenio Herrera, le bastaba con el empate para ser campeón. Pero la victoria le daba el título por goal average al Sevilla, que venía de hacer una segunda vuelta memorable. Tarde gloriosa, con fútbol a las cinco de la tarde y el viejo Nervión lleno hasta la bandera. Ni la corrida de feria se atrevió a rivalizar con el fútbol, y Julio Aparicio, Calerito y Manolo Dos Santos tuvieron que lidiar en La Maestranza a mediodía. Era aquel un gran Atlético, en el que destacaban Ben Barek, Carlson y Escudero. Pero el Sevilla no se quedaba atrás. Entrenado por una leyenda del club, el gran Guillermo Campanal, aquella tarde salió con Busto, Guillamón, Antúnez, Campanal II, Alconero, Enrique, Oñoro, Arza, Araujo, Domenech y Ayala. En el minuto siete de la segunda parte, con 1-1 en el marcador, Ayala le arrebata un balón al portero rojiblanco, Marcel Domingo, centra desde la línea de fondo, y Juan Araujo, que aquel curso anotó 18 goles, marca a puerta vacía. El arbitro catalán concede el gol en un principio, pero después de consultarlo con el linier -así los llamábamos entonces- lo anula. Entiende éste que el balón había salido cuando Ayala centró. Quienes estuvieron allí, en el campo o en la grada, aseguran que aquel balón no salió. Ni la filmación del NO-DO, ni las fotos de la prensa de la época pudieron demostrar el acierto o desacierto del árbitro, el catalán Ramón Azón, y el Sevilla se sintió despojado y ultrajado. El partido terminó con empate a uno, Helenio Herrera fue sacado en hombros por sus jugadores, y el Atlético se volvió para Madrid con el título de liga en el equipaje.
Son solo dos capítulos de una rivalidad antigua entre dos clubes que veneran los mismos colores, el rojo y el blanco, pero a los que separa una larga lista de agravios deportivos, reales o imaginados. Que sean solo deportivos, de eso se trata. Al fin y al cabo es solo fútbol. Nada más y nada menos.

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