Atención a la frase pronunciada por el alcalde en un reciente desayuno informativo en el que estuvo acompañado por Susana Díaz: “El tranvía no significa que se renuncie al Metro, pero debo pensar que el ciudadano va a ir a votar. ¿Y qué va a ver? ¿Que no se ha hecho nada?”.
Esta frase es esencial porque revela la concepción que de la política tiene Espadas: hacer no porque haga falta o sea realmente prioritario, sino para mostrar algo que justifique la petición del voto en la próxima cita con las urnas y garantice la reelección. En resumen, hacer en clave electoralista y no en clave de necesidad, una concepción que creíamos caducada tras los más de 100 millones de euros despilfarrados por Monteseirín en las Setas de la Encarnación pero que tristemente vuelve a poner de moda Espadas. ¡Quién lo habría dicho!
Esto nos llevaría a un debate aún más de fondo sobre el modelo de ciudad, el que ya tímidamente se suscitó tras la frustración que supuso el incumplimiento de las enormes expectativas generadas por la Expo-92. Sevilla, ¿sólo se mueve o puede moverse a golpe de eventos (de ahí la idea sucesiva de organizar unos Juegos Olímpicos, para repetir aquellos fastos) o, por el contrario, debe aspirar a crecer ofreciendo los mejores servicios e infraestructuras posibles, siempre que su coste esté plenamente justificado, como en el metafórico “reloj suizo” invocado por Zoido?
REDUNDANTE
Tal como en mayor profundidad analizamos en este mismo espacio, en el artículo “Tranvía al cubo”, Espadas ha definido como máxima prioridad de su mandato la prolongación de la línea del tranvía desde San Bernardo hasta Santa Justa, a lo largo de 1.800 metros, para lo que se necesitaría una inversión estimada de entre 40 y 76 millones de euros.
Se trata, como vimos, de una infraestructura redundante, ya que uniría en superficie dos estaciones que están conectadas bajo tierra por los trenes de Cercanías de Renfe, en un trayecto servido además por cuatro líneas de autobuses. Como las vías discurrirían por la mediana de las avenidas, habría que eliminar unos 200 árboles y arbustos. Parece, pues, que cada alcalde ha de protagonizar un “arboricidio” en sus mandatos.
Frente a este anuncio de Espadas de un tranvía redundante pero que serviría, según su propia confesión, esencialmente de reclamo electoral, veamos un ejemplo real de mitad de la pasada semana.
Un grupo de turistas estaba esperando en una parada del Paseo de Colón desde antes de las 11 de la mañana a que pasara un autobús de la línea 3 Pino Montano-Bellavista y que les transportara hasta el hotel Al-Andalus. Llegó un sevillano al que al poco tiempo, tratando de hacerse entender en su idioma y por señas, le preguntaron cuánto tiempo podría tardar todavía el autobús. Aquél, valiéndose de la magnífica aplicación de Tussam, consultó en su teléfono inteligente. Respuesta: 23 minutos de espera.
La lluvia había dado una tregua. La circulación era fluida a esa hora de la mañana. Entre la espera (que debió de ser más larga por el tiempo que los turistas ya llevaban en la parada) y el tiempo que el autobús tardó en cubrir el trayecto, los turistas se bajaron en la parada del hotel Al-Andalus, en Heliópolis, a las 11:45 horas. Necesitaron, pues, tres cuartos de hora netos para llegar desde el Centro a Heliópolis. ¿Cuánto habrían necesitado para llegar hasta Bellavista o, en sentido contrario, hasta Pino Montano? ¿Y cuánto se habría necesitado para cruzar Sevilla de una punta a otra, desde Pino Montano hasta Bellavista?
TAMBIÉN SON SEVILLA
Extrapolemos este caso al resto de barriadas del extrarradio. ¿Cuánto tiempo tarda en pasar -y cuánto en llegar hasta el Centro o el Prado de San Sebastián- el autobús de Sevilla Este, el del Polígono de San Pablo, el de Padre Pío, el del Polígono Sur o el de la mismísima isla de la Cartuja de la Exposición Universal?
Si en vez de gastarse entre 40 y 76 millones de euros en una nueva línea de tranvía que dé servicio a la “ciudad consolidada” el alcalde empleara al menos una parte de ese dinero en incrementar la flota de Tussam con autobuses ecológicos, de modo que en vez de esperar 23 minutos el paso de un autobús por el Paseo de Colón (o por cualquier otro punto de la ciudad) turistas y nativos sólo tuvieran que hacerlo cinco minutos, que es la frecuencia preconizada para el tranvía, la vida de los sevillanos mejoraría exponencialmente y se facilitaría la actividad turística, comercial, empresarial, docente….. la vida en todos los órdenes.
Aparentemente, nada habría cambiado porque no habría nada nuevo en la ciudad, salvo los autobuses pasando con mayor frecuencia, y Espadas no podría concurrir a las elecciones mostrando un elemento diferente que vieran los sevillanos como fruto de su gestión como alcalde, pero en la práctica la ciudad habría mejorado ostensiblemente al gozar de un servicio de transportes muchísimo más rápido y eficaz, en línea con el de otras urbes europeas que nos impactan cuando las visitamos.
Esto último supondría un modelo de ciudad tipo “reloj suizo”, en que lo esencial es la optimización de los servicios básicos porque mejoran la calidad de vida de todos.
Lo otro significaría una apuesta por una política de hitos, símbolos y novedades, como si la ciudad fuera el equivalente a Isla Mágica, en que cada temporada hay que inaugurar una nueva atracción para así atraer la atención de los visitantes y que compren el pase de día o de noche.
Desde esta concepción de la política, Sevilla equivaldría a un parque temático en el que habría que ofrecer novedades en forma de grandes obras cada mandato, cuesten lo que cuesten o esté o no justificada su necesidad, para así llamar la atención de los votantes y garantizarse el pase de otra temporada en el Ayuntamiento.
¿Hacer por hacer para las elecciones o hacer de forma “invisible” que funcione mejor la ciudad?
¿Cuál es la cuestión?