Ayer comenzó la cuenta atrás para una nueva Semana Santa. Un tiempo litúrgico que en nuestra ciudad se vive con intensidad, con el reestreno de tradiciones -similares cada año- y con el descubrimiento de nuevas sensaciones que se nos aparecen en cualquier lugar, en cualquier momento.
Comienzan y se desarrollan en estos próximos cuarenta días los cultos en la mayor parte de nuestras hermandades. Comienzan a tomarse las calles por Vía-Crucis y traslados; en las noches aparecen desnudas parihuelas llenas de vida, como presagio y anuncio de lo que va a ocurrir; las coloristas convocatorias llenan las puertas de las iglesias; y por la calle Matahacas y la Alcaicería el cartón se convierte en cono sin base, a modo de cartucho de pescao, esperando ser abrigado por la tela de un antifaz.
Es un tiempo feliz e ilusionado para aquellos que entendemos la Semana Santa como la fiesta mayor de nuestra ciudad. Y por ello nos gusta vivirlo de esta forma: con felicidad e ilusión.
Habrá temas que intentarán distraernos de lo importante. Llegarán debates sobre los minutos y los itinerarios; dimes y diretes sobre el exorno de altares y pasos; opiniones contrapuestas sobre el arreglo de las dolorosas; colmillito sevillano en otros muchos temas… Temas que, insisto, vienen a distraernos de lo verdaderamente importante de este tiempo de preparación y conversión. Pero esto no lo vamos a cambiar, porque siempre ha sido así: las hermandades son obra de Dios, pero las dirigen los hombres y mujeres de cada tiempo. Y, por tanto, tienen sus luces y sus sombras.
Junto a todo esto, la red de redes ayuda bien poco a vivir este tiempo de ilusión y espera. Los debates y opiniones en los 140 caracteres de Twitter y las opiniones en Facebook, por poner sólo dos botones de muestra, desatan en ocasiones demasiadas pasiones encendidas. Y eso por no hablar de los foros, en los que la impunidad del anonimato llega a rozar, en ocasiones, la ausencia del respeto y el insulto personal.
Hoy, a sólo 24 horas de que haya comenzado este tiempo, sueño con una Cuaresma distinta en la que los trapos sucios (que los hay) se queden y laven en casa. Sueño, con un puñado de estampas de Vírgenes gloriosas sobre mi escritorio -este año es así- tener prestos los oídos para oírla llegar, como preparación a lo que ha de venir.
Es mi deseo propio y que transmito, a través de estas líneas, a todo el que me lea, mientras pienso cada instante en un Hombre que, después de siglos, sigue llorando tras una ventana.
Sí, allí por la Puerta de Carmona.