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Manuela Vargas, la ‘kelly’ que no se rinde

La jerezana recibe el apoyo de camareras de piso de todo el país cuando se cumplen 70 días de su concentración a las puertas del Hotel Tierras de Jerez

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  • Un momento del acto de apoyo a la 'kelly' jerezana Manuela Vargas.

Manuela se sigue levantando temprano, pero desde hace 70 días, no lo hace para acudir a su puesto de trabajo, sino para quedarse en la puerta del hotel donde estaba empleada como camarera de piso. Un día explotó. O la provocaron para que explotara. Las nóminas sin pagar se empezaron a acumular desde que el establecimiento cambió de dueño. Alojamientos Jerez se llama la empresa que se hizo con las riendas del Hotel Tierras de Jerez en 2016. Y fue en junio de este año cuando Manuela Vargas, que seguía trabajando sin saber cuando iba a cobrar la deuda que el propietario del hotel iba acumulando con ella, pidió la extinción de su contrato.

Ella está convencida de que era el objetivo de su antiguo jefe, que tras la protesta que inició a finales de septiembre, desde cuando lleva acampada frente al hotel, le ha liquidado algo menos de la mitad de la deuda. Pero no se irá de allí hasta que cobre todo lo que le pertenece. “No me resignaba a estar trabajando sin cobrar”, dice sin titubear. Lo hace cuando han pasado más de dos meses desde que instalara una pancarta y una silla frente al hotel en el que trabajaba. Pero este miércoles, 5 de diciembre, estuvo más acompañada que nunca. Cafelito con Manuela era el nombre del acto convocado por ciudadanos que quisieron apoyarla en su lucha. Pero no solo hubo café. También rosquitos, elaborados por ella misma, y todo tipo de dulces, con los que amenizaron una concentración a la que acudieron kellys de otras zonas de España, como Tenerife, Islas Baleares o Huelva.

Manuela hace tiempo que no duerme bien. Desde hace dos años vive una “pesadilla”, como ella misma la define, que se está eternizando. “Pero los ánimos siguen igual, yo no me vengo abajo”, asegura muy decidida. A pesar de llevar 70 días apostada a la puerta del establecimiento. “70 nada más”, dice sonriente, “algún día caerá”, añade, confiando en que más temprano que tarde el propietario del hotel liquide la deuda que mantiene con ella. “No paga porque no quiere”, porque “el hotel nunca ha ido mal, siempre está completo los fines de semana”. Manuela cuenta que, como ella tenía un sueldo que no era habitual en el sector —unos 1.200 euros—, la forzaron a que pidiera la extinción de su contrato, para así ahorrar costes. “Al día siguiente de echarme entraron tres personas por mí, cobrando mucho menos”, dice, y añade: “En el INEM hay menos parados, pero en las casas hay más hambre”.

Los últimos cuatro meses que estuvo en su puesto de trabajo lo pasó fatal. “Me estaba volviendo loca”, apunta. Desde que se levantaba, a las seis y media de la mañana, hasta que se acostaba, sobre las once de la noche, no paraba de mirar su cuenta bancaria, “para ver si me habían pagado algo”. “Eso psicológicamente es insoportable”, señala. Pero ella está demostrando una gran fortaleza. Y eso valoran mucho las kellys que han querido venir a Jerez para apoyarla. “¡Manuela no está sola! ¡Manuela no está sola!”, gritan las personas que se han concentrado para el cafelito. “Hemos venido desde Tenerife solo para estar con ella”, dice una camarera de piso que prefiere no dar su nombre. El miedo al despido impera en el sector. “Estamos precarizadas”, añade, y cuenta que hace diez años, durante su jornada laboral, tenía que limpiar unas diez habitaciones. Ahora le piden que haga más de 20.

“He sufrido episodios de humillación, de decirme la gobernanta que no valgo para nada, a gritos, delante de todo el mundo”, dice una kelly de las Islas Baleares, que también denuncia “maltrato psicológico” de sus superiores. Ella cuenta que en su hotel hay mucha gente en periodo de formación, “que despiden al mes y entran otros”, con lo que la empresa ahorra costes, pero repercute en la calidad del servicio. “Tengo que hacer 31 habitaciones en seis horas”, dice. “Somos números, solo eso”, remata.

Desde Huelva llegan una veintena de camareras de piso, las Kellys Unión, que traen pancartas y son vitoreadas por sus compañeras. “Aquí estamos para apoyarla”, dicen. Estas empleadas relatan las condiciones en las que trabajan, similares a las de otras empleadas del sector. “Hay mucha carga de trabajo”, confiesan. Ellas, en concreto, tienen que limpiar 21 habitaciones en seis horas. “Y no puede haber calidad y cantidad”, relata una de ellas, “calidad no hay”. El estrés al que son sometidas, y las duras condiciones laborales, hacen que padezcan enfermedades que se agudizan con el tiempo. “Tengo tendinitis crónica, codo de tenista, el metacarpiano, dos hernias discales… la Barbie articulada no me gana”, señala una de ellas entre risas, aunque no sea ninguna broma.

Manuela, el día siguiente de este cafelito, seguirá en la puerta del hotel. Prometió no moverse de allí, así llueve o ventee, y lo está cumpliendo. Ya es hora de que su “pesadilla” llegue a su fin.

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