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San Fernando

El tiempo y las diatribas de los políticos dañan la Casa Lazaga

La gran joya palaciega de la ciudad se deteriora ante la impasible mirada de los gobiernos municipales incapaces de encontrarle una razón de ser.

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De camino a Cádiz. Así comienza la historia urbana de nuestra ciudad. Durante siglos, la ciudad de San Fernando se ha entendido como una vía de conexión hacia Cádiz. Un lugar repleto de huertas y terrenos poblados de escasos residentes con actividades básicas de agricultura, ganadería y explotación salinera.

Sería a partir de finales de siglo XVIII, aunque más relevante a partir del s. XIX, cuando San Fernando comenzaría a crecer como consecuencia de varios factores: el traslado de la casa de contratación a Cádiz en 1717, que más tarde sería el origen de la construcción del Arsenal de la Carraca en sustitución del Real Carnerero; la población militar de San Carlos, el establecimiento del Departamento Marítimo y de la Industria Naval en la ciudad;  y la construcción de segundas residencias de recreo para la burguesía gaditana. Los crecimientos urbanos y la delimitación de los diferentes espacios públicos darían lugar a la morfología de ciudad que caracteriza a nuestra ciudad, es decir, surge la calle Real como un espacio de relación donde la estética y la ornamentación de las edificaciones generaría un tipo de edificio residencial singular en nuestra ciudad: las casas palacio.

Si podríamos imaginar cómo sería andar por la céntrica calle concurrida de burgueses y entoldada por la copa de los árboles, ahora poco queda de esa imagen. Andar por la actual calle Real es encontrar solares descuidados, muchos vacíos, otros en proceso de deterioro, como la antigua sede de la Cruz Roja o la Casa Lazaga. Esta última es una casa palacio de estilo isabelino, definida por los primeros propietarios como “la gran casa” y que data del último cuarto del siglo XVIII, aunque reformada en el s. XIX.

La gran joya palaciega de nuestra ciudad, con una fachada de gran riqueza ornamental, entristece a quienes se paran a contemplarla. Hoy, el bello palacio que debiera ser, observa impasible cómo el tiempo lo va destruyendo ante la atónica mirada de los ciudadanos que rechazan el inmovilismo de los diferentes gobiernos locales. Y no le queda mucho más tiempo.

En 2001 pasó a ser propiedad municipal. A partir de ese momento la oportunidad de rehabilitarla ha sido un artífice publicitario para los proyectos de los políticos. En 2008, se hablaba de un hotel temático inspirado en las Cortes. En 2014, con el PP iba a ser el museo para Camarón (con un hipotético inicio de obras a finales de 2015). Pero claro, hubo elecciones, hubo cambio de gobierno. En septiembre de 2017, el gobierno municipal del PSOE contrató a una empresa para la redacción de las obras urgentes de consolidación en cubiertas y fachadas. ¿Obras? Yo no las he visto y creo que por la puerta no han entrado andamios.

Un edificio que observa. Su mirada ha presenciado la transformación urbana de la Calle Real, pero durante muchos años ha esperado poder ser intervenida y relucir en una ciudad en la que sus ciudadanos quieren volver a entrar entre sus puertas. Una posibilidad que continuamente nos niegan.

La calle es el primer espacio de la colectividad. Debe ser diseñada para ser agradable, disfrutar caminando, disfrutar utilizando sus espacios y para conseguirlo los edificios son parte fundamental. Si no cuidamos las fachadas la sensación de los viandantes es el más puro rechazo a pasear por esos espacios deplorables, malogrados. Entonces, ¿cómo queremos hacer atractiva para el turismo una ciudad que se entiende desde esa conexión centenaria del ‘Camino Real’ y sus ‘fachadas palaciegas’, cómo queremos que los comercios sobrevivan en una calle donde la limpieza brilla por su ausencia, una calle en la que no hay bancos ni papeleras y los edificios históricos se deterioran y acaban derrumbados?

Ahora más que nunca, ante la inminente llegada del tren-tranvía, habría que cuestionar la imagen de ciudad que tenemos para que podamos intervenir y conseguir aquélla que queremos ofrecer. Es cierto que la decisión la tienen unos pocos que son los que tienen la potestad de intervenir, pero somos todos quienes – con nuestro voto- acomodamos los cojines para sentarlos en sus sillones. Quien gobierna tiene el poder, pero quien tiene el poder también tiene la obligación de mantener en buen estado lo que es de todos. ¿Dónde queda el deber de conservación de las edificaciones que establece la ley del suelo estatal y la ley urbanística de Andalucía? Y sí, los obligados son los propietarios, esto es el Ayuntamiento, gobierne quien gobierne.

 

(*) Arquitecto urbanista. Miembro de la Asociación Española de Técnicos Urbanistas.

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