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Sólo falta Nostradamus

Personajes como Boris Johnson están a la altura de las profecías de Nostradamus que se magnificaban en los 80, con la humanidad siempre en peligro

  • Boris Johnson. -

La década de los noventa marcó el inicio de la era revival. Lo hizo por puro instinto natural -vivir del recuerdo, ese cataplasma para el alma- y, obviamente, por necesidad comercial. La primera referencia fue la década de los sesenta, y hasta Concha Velasco volvió a conquistar las pistas de baile con la reedición del single de la Chica ye-ye. Mi amigo Antonio Carrasco ya sostenía entonces que habíamos empezado a vivir a una velocidad tal que necesitábamos volver al pasado para disfrutar o saborear en toda su intensidad el tiempo perdido, pero, sobre todo, muchas compañías aprovecharon para rentabilizar sus antiguos productos con el nuevo poder adquisitivo de los que habían sido jóvenes tres décadas atrás. 

Ahora le ha tocado el turno a la década de los ochenta. Desde series como Stranger things -imposible descifrar todos sus códigos visuales y temáticos si no fuiste adolescente en aquellos años-, al reestreno de Los Goonies en los cines o Stallone haciendo otra vez de Rambo, pasando por el rescate de grupos anclados en el ostracismo y que han vuelto a llenar conciertos y a ser descubiertos en Spotify, y cuyos repertorios sirven de base a muchas de las bandas que actúan en las terrazas de los chiringuitos o en cualquier feria. Vivimos rodeados de estímulos que remiten a los ochenta, aunque sirvan para reorientar nuestra percepción de la realidad de aquellos años: ahora hablamos con deferencia de Ronald Reagan, Margaret Thatcher o Alfonso Guerra.

Lo curioso es que, a tenor de las personalidades y los acontecimientos que marcan nuestro presente, todavía no se haya recurrido a Nostradamus, cuyas profecías sirvieron en los ochenta para interpretar cualquier acontecimiento trascendental en el que estuviera en juego el futuro de la humanidad. El popular científico francés dejó en un libro sus predicciones para los siguientes mil años -hasta 2.555-, en su mayoría catastróficas, y eso dio alas a las interpretaciones en torno a una inminente tercera guerra mundial, catástrofes nucleares, y, por supuesto, a la decisiva influencia de la aparición de un señor con un antojo en la cabeza, que todos identificaron de inmediato con Gorbachov. 

Seguro que, aunque sea entre líneas, Nostradamus vaticinó la llegada de un presidente negro a la Casa Blanca y, también, que le sucedería un tipo como Donald Trump y, por supuesto, alertaría de alguien como Boris Johnson. Como buen francés, al menos, debía estar muy atento a los designios de la pérfida albión. Sin embargo, su antigua influencia ha quedado relegada al olvido, o supeditada al recuerdo selectivo de una década a la que ahora nos asomamos con nostalgia en vistas de lo que se nos viene encima este otoño, en el que no dejaremos de mirar hacia la Gran Bretaña, gobernada por un populista y demagogo que, sin pasar por las urnas, ha adoptado una de las resoluciones más groseras de toda la historia de su idolatrada democracia -gobernar sin control parlamentario: ¿cómo se le llama a eso?-, y cuyas consecuencias vamos a padecer todos, empezando por los súbditos de su graciosa majestad. Cuánta envidia debe sentir en estos momentos Puigdemont, al que basta poner en el espejo frente a Johnson para encontrar más de una y de dos similitudes.

Que Nostradamus aludiese a Pedro Sánchez en sus profecías es pedir demasiado, aunque responda a la consigna catastrofista de sus escritos. Ya sabemos que al líder del PSOE le basta con el CIS para sus predicciones, pero de momento no le valen para despejar un camino en el que el PP ha irrumpido con la idea de una coalición electoral con Ciudadanos y, a unas malas, incluso con Vox: España Suma. Una propuesta válida para casos excepcionales, como se ha visto en Navarra, e incluso para liderar el próximo Senado si se repiten elecciones, pero que parece no tener presente el dictamen que sentenció desde un inicio otra suma, la de Podemos e IU, porque en política uno más uno no siempre es igual a dos. Y, de momento, el partido naranja sí parece tenerlo claro, sin necesidad de mirar a una bola de cristal -qué gran programa de la única televisión de los ochenta, por cierto-.

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