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La tribuna de Viva Sevilla

No lea que es peor

Pedro Caballero Infante reivindica el placer y la utilidad de la lectura, tanto de libros como de prensa, en la era de los mensajes cortos en Internet.

Lo que a continuación les voy a contar es un relato humorístico con dos cronologías distintas y cuyo contenido es el mismo. Hace años se llamaba chascarrillo y se contaba al estilo Paco Gandía en la barra de un bar y actualmente se le llama chiste y se transmite por twitter. Yo lo haré, no se me exasperen, en las páginas de un diario de papel por lo que intentaré buscar el término medio.

El viejo chascarrillo tenía como protagonista a J. F. Kennedy y el chiste, más moderno y más breve, a un famoso torero. Y al hilo taurino, ¡vayamos al toro!.

Un tío está limpiando los altillos de un armario y tropieza con un periódico.

Sin bajarse de la escalerita, le quita el polvo lee la portada y exclama: “¡Joder, que putada lo de Paquirri!”.

Hoy se envían: 511.200 mensajes por minuto y por Twitter.

¿Se lee más? Evidentemente sí.

¿Qué se lee? Lo fácil.

¿Se entiende y se digiere? ¡No

Un amigo, experto periodista, me dice que soy de los pocos que se lee las “manchetas” de los diarios editados en papel. Explico, para la inmensa mayoría de lectores actuales, qué significa esto. Casi todas las publicaciones en papel llevan en una de sus páginas los nombres de la empresa que edita y el de los cargos que ocupan responsabilidades en las mismas. El también denominado, en fino, “staff”.

Yo lo hago por una deformación vocacional. Me gusta saber, en una publicación que desconocía, quienes son los héroes que la hacen realidad. También hay algo, por mi parte, de manía lectora impulsivo/obsesiva.

He llegado a leer algunas páginas de la guía telefónica de Gijón al encontrarme, excepcionalmente, en una habitación de un hotel de esta ciudad, sin equipaje, sin televisión y sin la Biblia en el cajón de la mesilla de noche. También en alguna ocasión y sentado en el inodoro, sin nada a mano que leer, me he empapado, nunca mejor dicho, con la etiqueta de un bote de champú.

Con estos dos ejemplos sólo he conseguido saber que mi apellido no existe en la ciudad asturiana y que el champú, con nombre español, ya pertenece a una multinacional. Ambas cosas no sirven para nada así que háganme caso y sólo lean los twitters y los graciosísimos chistes, casi todos de índole política, que les envíen por whatsapps.

Leer mucho, no sólo libros sino prensa diaria, perjudica seriamente la salud y si no recuerden que esta actividad, en su caso libros de caballería, llevó a la locura a don Alonso Quijano. Sigan utilizando las múltiples aplicaciones de sus Smartphones (pareado) y de esta forma estarán en permanente contacto con la actualidad, sabrán las noticias antes de que se produzcan y sacarán sus propias conclusiones que trasladarán, si acaso, poniendo el paño en su púlpito y ante unas cañas en algún mentidero de bar.

No se les ocurra leer artículos de opinión, aún más si son muy largos, pues pueden perder su autoestima y además, para más INRI, si el opinador, con el que disienten, no utiliza las redes sociales no podrá insultarlo.

Vaya al fútbol con su aparato (telefónico se entiende) y en el momento que su equipo del alma meta un gol no se abrace con los vecinos de asiento sino haga varios selfies de la enfervorizada grada, porque de esta forma podrá enviar tan importante imagen al mundo mundial con el subliminal mensaje selfiero de: “¡Yo estaba allí!”.

Así que si me ha leído con interés en este diario no venal, cosa que dudo pero que en todo caso agradezco, procure conservarlo sólo en el transcurso del día ya que puede servirle para envolver algo pringoso o para limpiar un cristal. Este, decían los viejos periodistas, ha sido siempre el destino de la prensa escrita en papel: envolver el pescado. Porque, por asociación de ideas y como decía don Álvaro de la Iglesia, el papel de periódico y el pescado son contradictorios. El primero, cuanto más huele es más fresco y el segundo, al revés.

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