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La Pasión no acaba

La libertad del pueblo

No todos los jóvenes son antitaurinos, ni todos ellos están contagiados por ese huracán -da igual que lleves o no mascarilla- que traslada a la velocidad...

Publicado: 06/05/2021 ·
11:10
· Actualizado: 06/05/2021 · 11:10
  • La plaza de toros de la Maestranza de Sevilla. -
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

Dedicado al alma de

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No todos los jóvenes son antitaurinos, ni todos ellos están contagiados por ese huracán -da igual que lleves o no mascarilla- que traslada a la velocidad de vértigo un odio exacerbado a una parte de la cultura de nuestra tierra que la ultra izquierda quiere relacionar con el franquismo y con otros momentos políticos y sociales de este país que pasaron a la vida dormida, al pasado, al adiós. Vivimos inmersos en una lucha de extremos que están demasiado lejos del sentido común. Cuando el líder de Podemos le grita a los cuatro vientos que la juventud no está por la tortura, por cierto debería tener cuidado con ese tipo de apreciaciones por motivos evidentes, yerra en dos vertientes. Uno, se ha reactivado, y hay informes de ello, la asistencia de niños y jóvenes a los espectáculos taurinos. Y, dos, la tortura a los animales existirá en cualquier caso en numerosas actividades que no son de visión pública y que Podemos justifica, comparte o legitima. La fiesta taurina es algo grande, asombroso, maravilloso, que nada tiene que ver con la tortura.  

Se equivoca gravemente Pablo Iglesias cuando amenaza con erradicar, prohibir o inhabilitar de un plumazo la fiesta de los toros. Fiesta, por otra parte, del pueblo, nacida en las profundidades ciertas y verdaderas de lo público, de lo abierto, culto y popular. Una fiesta que está en las entrañas de todas las historias sociales, antropológicas y culturales de la península no puede ser objeto de ese odio inexplicable más basado en la humanización de las mascotas que en la objetividad de sus postulados.

Ya podría preocuparse de evitar los insultos, las salidas de tono, las muestras de odio al prójimo, la justificación de la violencia. Ya podría preocuparse de prohibir las equidistancias entre los asesinos y los asesinados -seguramente lo más grave, salpicado de suciedad, de su código moral- y dejar en paz a la cultura del pueblo en el que vive y se desarrolla.

Él, que tantas veces habla de libertad (de la suya), debería haberse dado cuenta de que la fiesta de los toros es también, como lo son el teatro, el cine, la música o la literatura, una cuestión de libertad. A los toros acude el aficionado. A quien no le guste tiene bastante con no acudir.

Al igual que el concejal comunista de Espartinas, ese "aquí no hay toros porque yo lo digo" no es más que una demostración real y tácita de su falta de voluntad, no ya para el diálogo, sino para entender que la cultura de una tierra está cimentada en unos valores universales del pueblo y su libertad para expresarse. ¿Que se pueden cambiar las cosas? Y tanto, faltaría más. Pero alguien que dice respetar a una sociedad lo que tiene que hacer, primero, es entender la libertad.

 

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