La épica de los perdedores es mucho más enternecedora que la de los ganadores. El que pierde rumia su desastre y se pregunta por qué ha perdido, se siente agradecido de los leales que le han acompañado hasta el momento final de la derrota y cavila si todavía tiene recorrido su trayectoria vital para reemprender un nuevo recorrido hacia nuevos retos de futuro. Una derrota comporta distintas posibilidades; puede que el perdedor siga convencido de sus ideas y de sus postulados, incluso de la manera como ha conducido sus pasos hasta llegar a ese punto muerto, pero también puede plantearse interrogantes que lo acompañarán perdurablemente: ¿Será un punto de no retorno? ¿Hay posibilidades de remontar el vuelo? ¿Será conveniente una retirada estratégica para volver cuando la ventana de oportunidad abra de nuevo a la puerta?
Estas reflexiones son más que probables que se las haya planteado Susana Díaz tanto en 2017, cuando, siendo presidenta de la Junta de Andalucía, optó y perdió las primarias para la secretaría general del PSOE, en Ferraz, frente a Pedro Sánchez, o cuando -a pesar de ganar las elecciones andaluzas como partido más votado- encabezó la pérdida para el socialismo andaluz en 2018 de la presidencia de la Junta de Andalucía, tras 37 años de gobierno ininterrumpido, ostentando ella la presidencia.
Es harto evidente que saber ganar es mucho más fácil que saber perder. El que gana debe protegerse de los que vienen raudos en su socorro. En realidad es un socorro para sí mismos, no para el ganador, que ya goza de la posición sobresaliente alcanzada tras la competición electoral. Saber perder conlleva, sin embargo, mucha reflexión porque la autocrítica además de ser falsa -por autocompasiva- ya no cambiará nada de lo fatalmente sucedido.
Tras este tercer percance, es obligado girar en redondo, recoger el petate y salir del escenario. Ya se sabe que el político no se retira nunca, hasta que lo expulsan del sistema. Un contratiempo es comprensible, un segundo tropiezo es mas que llamativo, enciende las alarmas y es un aldabonazo difícil de digerir, el tercer revés ya requiere de la persona un ajuste de cuentas consigo misma. El cambio de estrategia ya no vale. Es pura maniobra. Son los otros los que han dictaminado la suerte definitiva. “Encubrir los errores -Popper dixit- constituye el mayor pecado intelectual”.