Corría el año 2015. La vida, caprichosa y afable, me llevó de la Novena Provincia al Mar de Olivos. En esa demarcación andaluza, pero con ribetes manchegos, aprendí pronto, y de qué manera, la impronta de Linares. No lo pongo en pie. No lo recuerdo bien, excepto la respuesta que recibí a un tuit en el que hice referencia -con ánimo constructivo- a un derbi que disputaban Real Jaén y Linares Deportivo. “Lagarto, maricón de mierda, no se te ocurra en tu puta vida pisar Linarejos”. Ésa fue la réplica que recibí a mi trino. No está mal. Para el que no lo sepa (el resto de la frase creo que se entiende a la perfección), lagarto es la expresión peyorativa con la que los linarenses se refieren a la capitalinos.
Tras mi estupor inicial por la implacable, ordinaria, inexacta y desproporcionada respuesta, entendí lo que es Linares, un pueblo de gente noble (con algún descerebrado, claro) que defiende como nadie su tierra. Entendido el mensaje. En eso -en la defesa de lo suyo- me recordaba a los vecinos de La Línea de la Concepción, adonde la vida también me llevó para regalarme unos maravillosos años de convivencia.
La tormenta perfecta ha llegado hasta el pueblo que vio nacer a Raphael. A la altísima tasa de desempleo y pobreza se le une ahora la desaparición de El Corte Inglés (motivo de orgullo para los linarenses que durante muchos años consumieron en esa gran superficie mientras en la capital no existía), la incertidumbre de la nueva PAC y, lo que faltaba, la brutal actuación de dos policías nacionales fuera de servicio que no hace falta les explique porque ya lo han podido ver en todas las televisiones habidas y por haber. Y hasta aquí hemos llegado.
Los medios de comunicación ponen ahora la lupa en un problema que lleva lustros a fuego lento y ahora está servido. Arrancó con la crisis de la minería, luego Santana Motor. A eso se le sumó un alcalde como Juan Fernández que tuvo en la confrontación la manera de relacionarse con las administraciones que podían haberle ayudado. Probablemente, ese primer edil fue el menor de los responsables de una situación que merece una respuesta inmediata de las administraciones. En la provincia de Jaén se ha creado un caldo de cultivo preocupante, proclive para salvapatrias y extremistas. Es tiempo de hechos porque, de lo contrario, vendrán más lamentaciones.