El tiempo en: Sevilla
Publicidad Ai
Publicidad Ai

Una feminista en la cocina

Cosas que pasan

Nuestra comprimida sociedad no se quitó las marañas del alma hasta que Carolina de Mónaco se quedó preñada sin estar casada

Publicado: 26/01/2022 ·
08:58
· Actualizado: 26/01/2022 · 09:48
Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

VISITAR BLOG

Carolina de Mónaco

Si son de mi generación, sabrán que nosotros no nos íbamos a vivir con la pareja. No como una normalidad, desde luego. De hecho no existía eso de “la pareja”. Era “tu novio”, “tu marido”, pero nunca “tu pareja”. Yo adopté ese término por respeto a las uniones del mismo sexo, en esa lejana época donde no podían todavía casarse. Lo digo siempre porque me cuesta quitarme la roña de los años vividos y el adoctrinamiento. Vives en una sociedad que te instruye y cambia por mucho que lleves por dentro, imprimiéndote carácter, igual que al vino el recipiente donde está guardado. Quizás no lo recuerden, pero cuando estalló la burbuja de la modernidad no fue con el descubrimiento de América. Nuestra comprimida sociedad no se quitó las marañas del alma hasta que Carolina de Mónaco se quedó preñada sin estar casada. Casiraghi que era un guapo de cartel de gafas de sol, se llevó a la Princesa al huerto de manzanas, ganando el primer premio. Ya ven, qué tontería. Pero la siguiente famosilla a la que le pasó, fue la hija de un humorista gitano que en ese momento triunfaba en todos los platós televisivos- del que fíjense lo que es el famoseo de corrosivo ahora ni siquiera me acuerdo del nombre-que soltó delante de flases a la puerta de la iglesia como contestación a la pregunta de si la niña se había casado preñada…”Mi hija igual que la Princesa”.

No tengo que decirles que los Bonys no son lo que eran, que los euros no tienen nada que ver con la salerosa peseta, ni que la roña que tuvimos que tragar -como era nuestra y lo impregnaba todo- aún nos da morriña por lo que de juventud, de risas, de novedad y de aventuras tenía aun a pesar de su propia esencia de mierda. Nadie nos advirtió cuando nacimos en los sesenta que seríamos peones de reyes del destino; Nadie que veríamos grandes logros sociales con una mirada de asco e indiferencia con visas de convertirse en careta de tiktok. Somos la bisagra de la puerta encadenados al marco, sin que el aire fresco nos roce más que pasando a través de nosotros. Mas a pesar de que los reyes se destronen a sí mismos, que los palacetes se llenen de osamentas, que la prensa se aburra de infantes sin coronas e hijos desbancados, ya no nos asombra nada… ni la corrupción, ni la presión social, ni las pocas salidas laborales de los jóvenes. Nada porque vemos que progresamos adecuadamente cuando Rosario le pone los cuernos en directo a Álvaro y él, a la viceversa. Hemos ganado en igualdad a esportones.

En libertad de decir palabrotas y de ofender, manipular, mancillar y jorobar a quien nos dé la gana porque ahora hay voracidad consumista y todo tiene un precio hasta la realidad. No le echen la culpa al covid, porque son cosas que pasan, como que un rey sea figura decorativa de un Belén saudí o que no sepamos bien a qué carta atenernos cuando nuestros hijos adolescentes se ven excluidos porque no botellonan adecuadamente. Fíjense que eso sí lo echo de menos, porque no por beber se es más, ni mejor que nadie. No tendríamos la libertad sexual que ellos embarran acostándose con cualquiera a poco que les despunten los vellos corporales, pero al igual que ellos con las bebidas que compran en bazares, con la anuencia de algún mayor e incluso un consentidor padre o madre, nosotros nos las agenciábamos para volar a ras, vuelo bajo de plena potencia porque el mar, el aire y los bonys -con mermelada de fresa en la plaza España acompañados de palomas tan viejas como el tiempo- sabían mejor y se enredaban en el paladar para impregnarnos las gustativas de gloria pura.

A mí Urgangarin me da igual. Sus cosas que pasan, igual. Los nuevos Bonys, igual. Pero que mis hijos sean excluidos de esta seudo masa madre por no beber no me da igual, porque que sean la excepción les digo que no es nada bueno. Quedarte preñada por pura ignorancia o no tener medios anticonceptivos a la altura de la mano era una tragedia que te podía joder a base de bien la vida. Pero matarte a plazo certero bebiendo por deporte cada fin de semana y en la fiesta de graduación soñar con quedarte KO al primer intento es tan básico, depravado y oligofrénico como un consorte que pretenda vivir del cuento sin tener que pagar un precio por ello.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN