Dejó escrito Constantino Cavafis (Alejandría, 1863 – 1933) en uno de sus textos: “Contemplé tanta belleza/ que de ella henchida está mi vida./ Líneas del cuerpo. Labios rojos. Voluptuosos miembros (…) Rostros del amor, como los quería mi poesía”. Y, tal vez, fuera esta declaración de intenciones una posible poética que resumiera la existencia de un autor mayúsculo, tocado por la gracia del verbo y que sigue siendo hoy día un extraordinario referente a la hora de valorar la lírica europea del pasado siglo.
La reciente reedición de “Treinta poemas” (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2021) aproxima una vez más el decir del vate griego. Fueron Elena Vidal y José Ángel Valente quienes, en 1964, dieran a conocer en España (Cafarenna& León) la poesía de Cavafis. En 1971, a sus iniciales veinticinco versiones, añadieron otras cinco, conformando un volumen que se recupera ahora de manera oportuna.
José María Álvarez, Pedro Bádenas, Juan Ferraté,Juan Manuel Macías, Lorenzo Santana, Ramón Irigoyen…, han ofrecido traducciones brillantes y atractivas del escritor heleno a lo largo de estas décadas. Todas ellas, han dado fe de un verbo que muestra el fulgor y la intensidad de quien se sostiene firme entre la modernidad y el clasicismo, entre los influjos helenos y los bizantinos.
Los enigmas, las inquietudes y los anhelos cavafianosllegan a ser sobradamente profundos y de una singular trascendencia. Y es posibleque, por eso, al lector no le sea sencillo vislumbrar todo el caudal ético y mnémico que comporta su palabra.
En su prefacio, José Ángel Valente afirma que “Cavafis es el poeta de la Historia, concebida como un gran mecanismo implacable en cuyos engranajes se inserta, con sentido o como un contrasentido, el drama de la conciencia personal (…) Quizá para él, la única definitiva victoria sea la capacidad de asumir, en un acto supremo de libertad, el propio destino”. Sabedor de que su erudición y su potenciada identidadprovenían de un hondo mestizaje, quiso y supo desenmascararse mediante un verso ajeno a la impostura y al oropel. Porque, además, en su íntima espiritualidad, bullía una estética de acentuado erotismo, de existencial fragilidad. Y así, sostenido por una voz plena de precisa música,dotaba su quehacer conun ritmo exacto desde el cual embellecía lo propio y lo común: “Cuando hacia Ítaca emprendas el viaje/ pide que tu camino sea largo/ y rico en aventura y experiencia (…) Que Ítaca siempre en ti presente sea/ porque llegar allí es tu destino/ mas no por eso acortes el viaje./ Pues mejor es que dure largos años/ y en tu vejez arribes a la isla”.
Como tantos otros poetas, Cavafis encontró mayor eco y trascendencia después de su muerte. En vida, no publicó ningún libro, tan sólo algunos poemas en revistas y plaquetttes de tirada muy corta. Sin embargo, dejó su obra dispuesta y ordenada para su edición y dos años después de su fallecimiento, vio la luz (1935)
Casi un siglo después, su vigencia permanece intacta y la perdurabilidad de sus virtudes son palpables al par de su figura y su lírica verdad: “Que me detenga aquí./ Que también yo contemple por un momento la Naturaleza,/el luminoso azul del mar en la mañana y del cielo sin nubes;/ y la amarilla arena: estancia/ hermosa y grande de la luz”.