Es como si toda la provincia de Sevilla o de Málaga se hubiera quedado despoblada en menos de quince días. Como si el País Vasco (Vizcaya, Álava y Guipúzcoa) o Castilla- La Mancha (Albacete, Toledo, Ciudad Real, Guadalajara y Cuenca) se hubieran quedadas vacías en los días de la guerra que hoy conmueve a
Europa y al mundo. Son ya más de dos millones las personas que están buscando refugio fuera de su patria ucraniana y escapando de las bombas de
Putin, con el agravante desgarrador de la nieve, el barro, el hambre, la falta de electricidad y las temperaturas bajo cero que asolan a Ucrania en una guerra terrorífica.
Un autócrata ha decidido arrodillar a un pueblo de 44 millones de habitantes, con una superficie más grande que Alemania, Francia o España, e integrarlo a la fuerza -manu militari- en la
Federación Rusa, de manera clara o de forma disimulada, pero formando parte de la
Rusia histórica que Putin y los suyos tienen en la cabeza. Hace unos días el escritor ruso Vladimir Sorokin declaraba a Nouvel Observateur que “la probabilidad de que Putin utilice la fuerza nuclear táctica (controlada, tipo Hiroshima) es muy elevada”. Su pensamiento forma parte de una ideología de potenciación de un nuevo eje euroasiático -ortodoxo, conservador, paneslavo y que abarque también el espacio turco en Asia- frente a la “decadente” Europa occidental. Las mentes enfermas son así. Se vieron en los tiempos más negros de Europa: Unen el imperialismo y el totalitarismo. Y eso no se frena con sermones.
España ha conocido en su historia oleadas de
refugiados. También las ha provocado. En la edad moderna, con las expulsiones de los judíos y los moriscos españoles para lograr la homogeneidad religiosa pretendida por la monarquía hispánica, en época de intransigencia ideológica. Pero, tras la guerra civil, ese drama se ensañó, por motivos políticos, con la multitud de los derrotados en la guerra con centenares de miles de refugiados en Francia, el norte de África y distintos países hispanoamericanos -especialmente México-. Ahora ha llegado la hora de la solidaridad. Y se está alcanzando un nivel nunca visto antes en el pueblo español. La salud moral de los españoles está pasando la prueba de forma sobresaliente, a pesar de las enormes y costosas subidas de la energía y los bienes de consumo.