Bermúdez da una de cal y una de arena en su idea fusionista
La idea de María Bermúdez partía, desde luego, de una idea loable. Hay que tener en cuenta que se trata de una chicana (estadounidense de origen mexicano) con una mezcla de raíces muy interesantes, que la convierten en conocedora de las músicas y los bailes de los pueblos a los que pertenece...
La noche tuvo dos impresiones tan distintas, que cabe incluso hablar de dos episodios inconexos entre sí, por lo que hubo una primera expectación, con una simpática manera de hacer hablar juntas y bien hermanadas a dos formas expresivas en apariencia disímiles como las de Jerez y Nueva Orleans. En apariencia, digo, porque en el fondo, ya se sabe, todos los pueblos son uno y responden, al fin y al cabo, a la misma patria: la de la sensibilidad.
Lo seis temas iniciales fueron adobados con los estilos de los geniales George Gershwin, Van Morrison, Thelonious Monk, Johnny Mercer y Joseph Kozma, con facetas muy marcadas de soleá por bulería, tangos, bulerías, etc. Toda una amalgama de la que salía una voz clara, limpia y radiante con acento americano cantando en inglés, junto a un baile, no flamenquísimo pero sí flamenco. La propia María Bermúdez cantaba y bailaba, cosa que no tiene que ser nada fácil y menos aún cuando se trata de ideas tan variopintas.
Capullo fue el artista invitado. Acompañado a la guitarra por Jesús Álvarez, Miguel Flores hizo un par de cantes entre el primer y el segundo número de Bermúdez. Tangos y bulerías. Ni bien ni mal, sino todo lo contrario. Lo de Capullo fue un mero relleno. No merece este artista ocupar una posición tan subalterna, cuando es capaz de demostrar su jondura en cualquier ocasión. No obstante, hay que tener en cuenta, claro, que a veces en su faceta de intérprete se ha perdido un poco. El caso es que su magnetismo artístico pasó con mucha celeridad. Hubiese merecido un hueco más amplio. De todas maneras, cumplió con profesionalidad.
Desemboca el espectáculo titulado Chicana Gypsy Project en un mar de dudas, cuando no de despropósitos, ya que, las buenas sensaciones iniciales –con músicos de la talla de Jesús Álvarez y Bernardo Parrilla; con cantaores como Miguel Rosendo y Juan Cantarote; batería como Tato Macías; guitarra eléctrica de Lolo Bernal; contrabajo de Paco Lobo– cayeron en el saco roto del olvido. La verdad, sintiéndolo mucho, es que la parte denominada Méjico-Los Ángeles fue de mal en peor, porque no tuvo nada bueno a lo que aferrarse, más allá de la simpatía del juego con el sombrero mexicano.
Unas alegrías mejicanas, un guapango, unos tangos y unos... ¿tarangos? (¿qué es eso?) fue un bagaje pobre en su manera expresiva. ¿Cómo lo expresaría? Permítaseme que lo diga parafraseando a Víctor Jara: el Chicana Gypsy Project no tuvo ni chicha ni limoná.
Sin cargar muchos las tintas, cosa que tampoco merece el espectáculo, diremos, a modo de cierre, que si bien la primera aparición en escena tuvo bastante ángel, la segunda se despeñó y, en buena lógica, se debería haber prescindido de llevarla a cabo. Bueno, sa echao er ratito como sa podío. O sea, regu.
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