Desconozco si los dioses cumplen años, si por ellos pasa el tiempo, si las agujas del reloj y los planetas se mueven al mismo ritmo que para los mortales, si se acomodan las estrellas en el firmamento para que los ojos de los hombres las contemplen. No sé si los dueños del tiempo permiten que éste pase por sus vidas. Si juegan con él, lo detienen y lo ponen en marcha; lo anulan o lo cuidan, lo respetan o se lo echan a la espalda.
Hoy es 1 de diciembre, primero del último. Primer día del último mes del año, como siempre. Curro Romero cumple años el 1 de diciembre porque es el primero y sin embargo está cómodo -siempre- sintiéndose último, allí al final del ruido, en la penumbra de la humildad. De hecho es la humildad otro de los elementos inequívocos de su divinidad. Hoy está de fiesta el calendario porque cumple años Francisco Romero López, faraón de Camas, Rey de Sevilla, Dios del toreo, patriarca de la humildad. Mito viviente. Dueño del tiempo, sonrisa perenne, artista único, ser excepcional que parece de carne y de hueso.
No somos conscientes del regalo que nos ha dado el destino. Nos ha permitido ser coetáneos de Curro Romero. Sí, vivimos el mismo tiempo que él, lo vemos, podemos tocarlo, existimos en sus días, en su mismo espacio temporal. Podemos oir cómo habla, exactamente su tono, cómo son sus ahora torpes pasos, esos andares misteriosos, faraónicos, mágicos.
No sé si hoy cumple un año más, un tiempo más, un calendario más o eso es cosa de los mortales. Siento dentro de mí que el tiempo no es más que un capricho del que Curro dispone, un juguete inocente en sus manos que puede pararse, acelerarse, guardarse en un bolsillo. El faraón ha permitido que las calendas vistan de blanco sus sienes, pero sigue siendo dorado el camino a su paso. El sol es la luz que brilla espontáneamente cuando él pasa y justo por ese preciso lugar.
Sí. Hoy es 1 de diciembre, primero del último. Primer día del último mes del año, como siempre. Curro Romero cumple años el 1 de diciembre porque es el primero y sin embargo está cómodo -siempre- sintiéndose último, allí al final del ruido, en la penumbra de la humildad. Soy afortunado y así me siento, incrédulo ante tanta fortuna, colmado de felicidad por pertenecer a una religión -currismo- que tiene su raíz en la bondad, sus evangelios en la personalidad y la naturalidad, su misterio en la esperanza y su catecismo en el albero de la plaza de toros más hermosa del mundo.
Hoy cumple años mi torero, mi ídolo, mi amigo, mi Dios. Sí. Hoy. Y no sé si ha decidido seguir jugando con el tiempo como juega con mi manera de quererlo. Eternamente.
