Cuando la ciudadanía, en su ánimo siempre constante ?porque la cordura exige grandes dosis de optimismo? solicita que las mentes se adapten a los tiempos que corren...
Cuando la ciudadanía, en su ánimo siempre constante –porque la cordura exige grandes dosis de optimismo– solicita que las mentes se adapten a los tiempos que corren, estimando que la época presente, por definición, tiene que dejar atrás todos los quebrantos del pasado, sólo porque pasan los días, cabría sentarse a dormir una larga siesta en el sofá y levantarnos dentro de unos años, cuando el progreso se haya instalado definitivamente en nuestras vidas. Resulta que, lejos de ser así, las evoluciones e involuciones fluctúan, se alternan, aparecen y desaparecen. Antaño, el desprecio por las conductas de vida que no seguían los cánones de la institución vaticana, era de tal magnitud, que se tenía a esa persona como un maldito condenado al fuego eterno del infierno.
La jerarquía eclesiástica persiste en sus postulados rancios. Resulta que la curia romana no acepta la homosexualidad, que la sigue observando con recelo, faltándoles el respeto a cuantos no se sienten atraídos por personas del sexo contrario. El caso no es nuevo, pero como luego afirman que la cuestión polémica de aquellas tristemente célebres manifestaciones de curas contra la denominación de matrimonio al contraído entre seres humanos del mismo género es una cuestión semántica, a la postre yerran no emitiendo un comunicado aclaratorio que especifique un apoyo sin reservas a gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. Está claro que entonces la ira de las sotanas y compañía no tenía argumentos serios, éticos, ni humanos para defenderse. Están ahí, como siempre, para coartar las libertades, suprimir el estudio, evitar que se piense por cuenta propia, inmiscuirse en trincheras enemigas y destruir a los camaradas de lucha que pelean por lo que es justo. Ésa, y no otra, es la meta de la religión católica.
La última gracia divina del Vaticano ha sido la no aprobación de la iniciativa francesa de despenalización de la homosexualidad. Contra la tiranía del ecumenismo católico, levanto una bandera arcoiris de solidaridad por una causa a favor de los derechos humanos.