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Creyendo y creando

Blanca Navidad

Transcurre diciembre, y la ciudad está repleta de gente

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  • Plaza de Santa María en Navidad. -

Transcurre diciembre, y la ciudad está repleta de gente. Calle tras calle, avenida tras avenida, el ir y venir de personas de todas las edades revoluciona el dulce candor de los días ordinarios. Tiendas, restaurantes, terrazas, cafeterías, mercadillos de temporada… son el itinerario que cada día repiten los penitentes de esta Navidad que atravesamos tratando de afinar las dulces nanas de medianoche.

Predomina, en estos días, la vistosa y oportuna luminosidad en nuestras calles, escaparate incomparable que engalana la festividad, y que, para muchos, debe tener registro de entrada en la notaría de nuestra memoria, esto es, en el inseparable teléfono móvil, escudero fiel de todas nuestras aventuras, bastón de mando de nuestra confianza, ay, nuestra media naranja, nuestro fruto prohibido y, también -¡qué pena-, nuestro Jardín del Edén.

Mas pasan los días y el rito del reencuentro regresa un año más: aquel con aquellos amigos del colegio que emigraron a tierra extraña obligados por unos nuevos objetivos; o la visita al pueblo de ella, en cuyo aire trasmina el olor a horno de piedra y a receta inmemorial de dulces de azúcar y canela; o el inesperado saludo con -no recuerdas el nombre- aquella muchacha que salía en una pandilla afín a la tuya y que ahora, tras años sin verla, estrena maternidad presentada en un carrito de bebé de ruedas inglesas y lazos rosa palo.

La Navidad se va componiendo en el detalle, en el discurrir azul de las emociones y, así como se escribe una nueva partitura, cada matiz proporciona riqueza en el conjunto de la obra. Cuidar cada acción, su ritmo y el silencio son el perfecto equilibrio que cohesiona la convivencia en este tiempo de emociones, días de gracia ante el fundamento de la verdadera noticia que nos remueve, que nos alimenta, que nos hace vibrar: el nacimiento de Jesús.

Porque está recién nacido, mírenlo, blanca seda su pañal, rubíes son los espejos de su mirada, Jesús ha venido para hacer frente al mundanal ruido que nos aparta de la Verdad, silente, cual monumento, interrogando con su presencia viva las disonancias de una sociedad que, con las tiendas llenas de recuerdos de Papá Noel, los jerséis llenos de renos y los gorros rojiblancos en auge sobre la cabeza, parece ser capaz de insistir ocultando la historia de nuestra tierra, en beneficio de un mercadeo en el que la transfiguración americana de san Nicolás desdibuja el milagro de Dios para diluir el recuerdo de aquella blanca Navidad que siempre fuimos.

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