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Más discriminación

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Viví durante muchos años bajo una dictadura que se autodenominaba democracia orgánica.


Según ese concepto, la democracia que había en Europa era una democracia inorgánica, o sea, desordenada, mientras que la nuestra, la democracia orgánica, era la fetén, la buena, la organizada a través de la familia, el municipio y el sindicato.

Bueno, la realidad se abrió paso y la democracia sin adjetivos es lo que dice hasta su sentido etimológico, el gobierno de los medios, mientras lo otro era una dictadura con eufemismos semánticos.
Desde entonces desconfío profundamente de conceptos a los que se adjetiva y, mucho más, cuando la adjetivación constituye un oxímoron, como es el caso de la discriminación positiva. Discriminación positiva me suena a odio amoroso, enfermedad sana, crueldad bondadosa o asepsia infectada.

Bueno, pues la Unión Europea, está dándole vueltas a redactar una directiva, naturalmente de obligado cumplimiento, según la cual en las empresas europeas, a la hora de formar sus cuadros directivos, deberán tener un determinado porcentaje de mujeres. Se trata, pues, de una discriminación positiva, respecto al sexo, pero que nos puede derivar hacia una casuística numerosa. Por ejemplo, encuentro que entre los directivos de las empresas hay pocas personas cojas. ¿Se debería refutar una discriminación positiva sobre discapacitados físicos, de tal manera que hubiera un porcentaje de disminuidos físicos? Como ya sé que la comparación llena de sarpullidos algunas susceptibilidades, vayamos a la procedencia. Excepto César Alierta que dirige Telefónica, no encuentro directivos aragoneses en las grandes empresas. Por motivos estadísticos y regionales ¿cada 100 directivos uno no tendría que ser aragonés?

Prepárense: la Unión Europea está en pleno alumbramiento de discriminaciones. Negativas, claro, como cualquier discriminación.

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