Al alba partirás
Grande la vida y grande la noche oscura. Aquí y ahora comienza la aventura que deberás afrontar con los ojos bien abiertos...
Grande la vida y grande la noche oscura. Aquí y ahora comienza la aventura que deberás afrontar con los ojos bien abiertos. Pero no temas por aquellos que dejas atrás, pues no falta mucho para que ellos comiencen su viaje; tampoco temas a quienes te esperan en tu camino, mirar al miedo a la cara es lo único que te hará libre”.
Eso es todo lo que dice la carta. Lleva una firma sencilla pero escrita con pulso firme y tinta roja. Tal es la confusión que revuelve las aguas de su mente que por un instante duda si es tinta, y no sangre. Relee la carta una y otra vez tratando de descifrar la verdadera esencia del mensaje, pero quizá el valor de las palabras no resida en aquello que le dicen sus ojos. Se tumba en el suelo porque así se siente más humano y mantiene el áspero papel a una distancia prudente, ya que no quiere perderlo de vista, pero tampoco sentirlo demasiado cerca.
Tiene los ojos del color de la tierra y su pelo es ónix engarzado, arrancado de raíz para que su identidad no se manifieste si el núcleo no ha sido hallado antes. Aún le quedan algunas escamas: de un zafiro índigo. Usa todos sus colores para camuflarse con la vida y sus banalidades, para confundir al resto. Pues sólo unos pocos son capaces de ver a través de todo y de llegar a la transparencia de su alma. Es joven, muy joven, pero ya conoce los inciertos caminos del espejo. Sabe que en la vida todo conlleva un proceso y que no importa si este es largo o corto, angosto o agradable. Él es un buen estratega, y casi siempre se puede erigir un plan. Casi siempre.
Se incorpora y recoge la carta del suelo de moqueta azul, la aprieta fuerte contra su pecho y nota un latido inquieto. No sabe si es su corazón el que late, o si en cambio las sístoles arrítmicas provienen del ya arrugado papel. Ha decidido no huir esta vez. ¿Lo había decidido antes de recibir la carta? ¿Quién es el extraño que la firma? ¿Será más duro marcharse o llegar? No, las preguntas empiezan a atarle a un mundo al que ya no pertenece: “mirar al miedo a la cara es lo único que te hará libre”. Sale a la calle y encara la oscuridad, más densa que de costumbre, más cómplice. Sí, grande la vida y grande la noche oscura.
Eso es todo lo que dice la carta. Lleva una firma sencilla pero escrita con pulso firme y tinta roja. Tal es la confusión que revuelve las aguas de su mente que por un instante duda si es tinta, y no sangre. Relee la carta una y otra vez tratando de descifrar la verdadera esencia del mensaje, pero quizá el valor de las palabras no resida en aquello que le dicen sus ojos. Se tumba en el suelo porque así se siente más humano y mantiene el áspero papel a una distancia prudente, ya que no quiere perderlo de vista, pero tampoco sentirlo demasiado cerca.
Tiene los ojos del color de la tierra y su pelo es ónix engarzado, arrancado de raíz para que su identidad no se manifieste si el núcleo no ha sido hallado antes. Aún le quedan algunas escamas: de un zafiro índigo. Usa todos sus colores para camuflarse con la vida y sus banalidades, para confundir al resto. Pues sólo unos pocos son capaces de ver a través de todo y de llegar a la transparencia de su alma. Es joven, muy joven, pero ya conoce los inciertos caminos del espejo. Sabe que en la vida todo conlleva un proceso y que no importa si este es largo o corto, angosto o agradable. Él es un buen estratega, y casi siempre se puede erigir un plan. Casi siempre.
Se incorpora y recoge la carta del suelo de moqueta azul, la aprieta fuerte contra su pecho y nota un latido inquieto. No sabe si es su corazón el que late, o si en cambio las sístoles arrítmicas provienen del ya arrugado papel. Ha decidido no huir esta vez. ¿Lo había decidido antes de recibir la carta? ¿Quién es el extraño que la firma? ¿Será más duro marcharse o llegar? No, las preguntas empiezan a atarle a un mundo al que ya no pertenece: “mirar al miedo a la cara es lo único que te hará libre”. Sale a la calle y encara la oscuridad, más densa que de costumbre, más cómplice. Sí, grande la vida y grande la noche oscura.
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