Cuánto han cambiado las cosas para que la imagen de una ocupación de una finca militar por parte de un grupo de jornaleros no sea la de los palos y detenciones sino la de un idílico Diego Cañamero disfrutando del campo mientras espera el momento de volver a entrar en Las Turquillas de forma pacífica y con diálogo con la mismísima Benemérita, ésa que los perseguía y detenía cuando a principios de los setenta el movimiento jornalero comenzaba a inquietar a más de un terrateniente y a más de un responsable político. En una tierra en la que el campo ha sido todo y nada, en la que la historia del jornal ha pasado del manijero a la peonada, a veces real, a veces inventada, esa idílica imagen es la respuesta a una agricultura vapuleada por gobiernos, decretos y políticas agrarias comunes, que nunca han entendido que ser del primer mundo no quiere decir abandonar un sector en el que hemos sido -y a veces seguimos siéndolo- una potencia.
Y no hablo de reformas agrarias, ni de propiedad de la tierra ni de tantas teorías que han enfrentado a izquierdas, derechas, sindicatos, jornaleros y demás. Hablo del concepto del campo como sistema de vida y no como el destino turístico con que algunos parece que quieren arrinconar al campo. Hace muchos años un agricultor que había ido a Bruselas para defender el sistema productivo andaluz me contaba que un belga le había dicho, en perfecto español, que a la UE no le interesaban ni sus remolachas, ni sus fresas, ni sus olivos, que lo que querían era tener un jardín, en el que disfrutar cuando fueran de vacaciones. Aquella vez venían con la cabeza gacha, sabiendo que el concepto “ecológico” del que hablaba el belga no era el de la agricultura sostenible, sino el bucólico de la foto de este jueves de Cañamero. Sólo quieren el campo para disfrutarlo, no para trabajarlo.
Más de diez años han pasado de aquello, muchos han optado por darle la vuelta a la tortilla y hacer del ecologismo su fuerte, otros siguen luchando contra un sistema que olvida al productor pagando una miseria y algunos se mantienen en idénticas posturas: el que posee sin saber producir y el que no tiene, sin saber cómo sobrevivir. Lo malo es que en medio de la crisis, poco van a servir las ocupaciones simbólicas y menos cuando es la misma Guardia Civil la que las escolta.