El tiempo en: Sevilla
Lunes 29/04/2024  

Lo que queda del día

Elvis está vivo... aunque algo mayor

Elvis renunció al mito y no dejó precisamente un bonito cadáver. Mi abuela, entonces, fue mucho más explícita: “Pobre muchacho, cómo se echó a perder, con lo apuesto que era”

Publicidad AiPublicidad Ai Publicidad Ai

No sé si han probado alguna vez a remontarse al pasado, hasta su más tierna infancia, en busca del recuerdo más antiguo y más nítido que conservan de entonces. Seguramente se les agolpen muchas imágenes aisladas, momentos fugaces, siempre vívidos, aunque con la dificultad de concretar el momento exacto en que se produjeron. Lo mejor, casi siempre, es vincularlo a algún acontecimiento histórico, a algún evento significativo. Para los de mi generación ese momento es el Mundial de Argentina del 78, con aquellos partidos de madrugada en blanco y negro y el lamento ante el gol (no gol) de Cardeñosa.

Mi memoria ha llegado a rastrear más atrás en el tiempo, e incluso a restaurar otros momentos decisivos que sólo sé precisar de forma aproximada, como el del paso de los Reyes bajo el balcón de mi casa en su primera visita oficial a la provincia, o el de mis inicios en párvulos, pero es aquel verano del 78, y aquel Mundial, el que marca un antes y un después de manera significativa, por lo que vi y, también, por lo que viví, como si fuese una especie de ahí empezó todo.

No obstante, esa línea divisoria precisa de un apéndice, o de una nota al margen, que no puede pasar por alto lo que había ocurrido el verano anterior, precisamente, el 16 de agosto de 1977, el día que murió Elvis. El viernes hizo 36 años de entonces, y aunque volver a aquella etapa suponga rememorar el interior de una portería con un balón confundido entre miles de papelillos o la melena al viento de un rockero del fútbol, Mario Alberto Kempes, en pleno éxtasis, también lo es la hinchada figura del Rey encorsetado en un traje blanco con lentejuelas y agarrado a un micrófono en su inminente flirteo con el más allá -se puede decir que renunció al mito y no dejó precisamente un bonito cadáver-. Mi abuela, entonces, fue mucho más explícita: “Pobre muchacho, cómo se echó a perder, con lo apuesto que era”. 

Recuerdo perfectamente que estaba ante el televisor cuando dieron la noticia de su muerte y que reconocí de inmediato a aquel tipo de caderas dislocadas y ritmos irresistibles que me trastornaba y me transformaba con su All shook up desde el tocadiscos. Y es cierto que tres años más tarde sentiría mucho más la de John Lennon -el mismo que había dicho que “antes de Elvis no había nada”-, pero hay un aspecto de aquel 16 de agosto de 1977 que hizo más trascendental aún la noticia, ya que, a falta de experiencias familiares o personales, para mí supuso afrontar por primera vez el sentido de autenticidad de la muerte, no el de las películas, donde por cierto siempre morían Gary Cooper y James Cagney, sino el de la ausencia definitiva, como el que supongo percibirían los un poco más mayores que yo con la de Franco -eso sí que habrá sido para ellos un antes y un después, y no un mundial de fútbol-.

Poco después de aquello, recuerdo que un vecino de mi calle, de gran parecido con el original nacido en Mississippi, se presentó a un concurso de dobles del programa Aplauso. Por mucho que se esforzó sobre el escenario al ritmo del rey de la cárcel y por mucho aceite con el que se barnizó el tupé, no superó la eliminatoria. Tampoco volví a saber nada de él, como si la propia televisión lo hubiera engullido tras fracasar ante el público, aunque eso es algo a lo que ya nos hemos habituado con el paso del tiempo.

La de Elvis, por otro lado, es de esas ausencias definitivas que inducen a un vacío emocional diferente al que después percibes cuando experimentas por primera vez el luto en tu familia o en la de algún compañero de clase. Algo así como lo ocurrido en el entierro de Ernst Lubistch, cuando -creo que fue- William Wyler se acercó hasta Billy Wilder y le comentó apenado “no más Lubistch”; a lo que Wilder le contestó, “peor aún, no más películas de Lubistch”.  Tal vez por eso mismo nos hemos convencido de que Elvis está vivo -un poco mayor, sí; inactivo, también, pero vivo- en su mansión de Graceland, donde observa desde mirillas ocultas a sus incontables y fervientes admiradores: “Bob Dylan también lo sabe, pero Bob es muy discreto y no dice nada. Será mejor así” -lo canta un memorable Andrés Calamaro, otro gran apasionado, y con razón, del Mundial del 78-.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN