Una asignatura pendiente en la mayoría de las cofradías hasta hace menos de veinte años era el papel de la mujer. Este tema generó criticas, porque el machismo imperante, patrocinado incluso por algunos sectores de la Iglesia, hacía que fuesen repudiadas y raramente admitidas en las cofradías.
Incluso, los llamados padres de la Semana Santa jerezana lucharon para que las mujeres no participasen en sus cofradías y mucho menos que vistiesen el santo hábito nazareno. Sería interminable enumerar las críticas vertidas contra las mujeres. De todos es sabido que estos intolerantes que se autoproclamaban cristianos las insultaban y menospreciaban, adjudicándoles un adjetivo vejatorio.
Con los cambios operados en la sociedad, presumir o actuar con aquel machismo es igual a condenarse públicamente y parecer personas trasnochadas, intolerantes e inadaptadas. Eso fue lo que hizo que algunos se vieran obligados, no sólo a admitir a las mujeres en sus cofradías, sino a permitirles vestir el santo hábito.
Lo que no sabían estos machistas e intolerantes cofrades es que esos cambios sociales harían que el papel de la mujer en las cofradías fuese tan vital que sin el concurso y colaboración de ellas, muchas hermandades dejarían de funcionar como lo hacen y otras tendrían grandes dificultades para encontrar nuevos hermanos mayores y conformar juntas de gobierno con tiempo, independencia y garantía de servicios a ellas.
Antes, las mujeres de los hermanos mayores y de los componentes de las juntas de gobierno no tenían más remedio que asumir que sus maridos las dejasen una y otra vez en casa atendiendo a sus hijos, porque ellos tenían que irse a la hermandad. Hoy, como la mujer no sea tan cofrade como su novio o marido, éstos lo tendrán sumamente difícil para lograr, como antes, que sus mujeres se quedaran en casa.
Estas actitudes femeninas, con todo derecho, ponen de manifiesto que si hoy una hermandad funciona bien es porque las mujeres de los dirigentes son cofrades y por tanto secundan a sus hombres cuando asumen cualquier tipo de responsabilidad. Quizás por ello, cuando percibo en las filas nazarenas a un sinfín de mujeres pienso que aquellos intolerantes se borrarían de sus hermandades si hoy levantaran la cabeza.
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