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Obituarios

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El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua ofrece cuatro acepciones del vocablo “obituario”: libro parroquial en que se anotan las partidas de defunción y de entierro; registro de las fundaciones de aniversario de óbitos; necrología y sección necrológica de un periódico. Evidentemente el presente texto que el lector repasa no se corresponde con el cuarto significado, pero sí desea ser una breve “necrología”, que el citado Diccionario define como “noticia comentada acerca de una persona muerta hace poco tiempo”.


Y es que en los últimos días y semanas varias defunciones, que han tenido repercusión local, nacional e internacional, ofrecen la posibilidad, no de volver al sempiterno tema de la muerte como fin inexorable de la vida, sino de considerar qué representa para nuestro mundo la pérdida de destacadas personalidades del mundo de la cultura y de la prensa.


Empezando por lo más cercano, hay que reseñar la merma que para la cultura de Jaén ha representado el fallecimiento de Manuel Urbano Pérez Ortega, nacido en nuestra ciudad, en 1940. Poeta, ensayista y crítico literario, además de columnista, flamencólogo, editor literario y gestor cultural, Manolo Urbano contribuyó a recuperar parte de la cultura de Jaén en sus aspectos menos “académicos”, lo que no estuvo reñido en su amplia obra –más de cuarenta libros, además de infinidad de artículos- con un serio rigor científico, cuya última muestra ha sido el libro que vio la luz pocos días después de su fallecimiento: “Leyenda Áurea Giennense”.


Reciente es también la muerte del director de orquesta italiano Claudio Abbado, cuya sabia batuta dirigió las principales orquesta del mundo, como la Sinfónica de Londres y la Filarmónica de Berlín. En unas recientes declaraciones manifestó que la música le había salvado la vida, ante la desesperación que experimentó cuando le diagnosticaron el cáncer de estómago que, finalmente, tras diez años de lucha, se lo ha llevado. Abbado, que interpretó admirablemente con la Orquesta del Festival de Lucerna la Sinfonía 2 “Resurrección”, de Gustav Mahler, habrá comprendido finalmente, tras el calderón último de la partitura de su vida, las palabras con que concluye apoteósica y esperanzadoramente esa bella obra: “¡Resucitarás, sí, resucitarás, / corazón mío, en un instante! / Lo que ha latido, / ¡habrá de llevarte a Dios!”


El obituario más reciente corresponde al llamado “Jefe de la Tribu” (de los periodistas): Manu Leguineche. Decano de los corresponsales de guerra, sus libros y artículos, así como sus reportajes para televisión son un ejemplo de deontología profesional periodística, que haría enrojecer de vergüenza a ciertos pretendidos periodistas del papel couché, graduados en la universidad de la mala vida, con másters en difamación y chismes, que tanto pululan por platós televisivos ensuciando las pantallas de millones de hogares.


Ante la pérdida que para el humanismo, la cultura, el buen hacer periodístico representan estas muertes, surge la pregunta: ¿sabrán las generaciones futuras apreciar las aportaciones de éstos y otros artesanos del auténtico saber? Del esfuerzo de los que quedamos aún depende que los jóvenes sepan valorar la labor bien desarrollada en favor del auténtico bien de la humanidad.

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