La fina sobriedad de ?Los Mutilados?
Elegancia, sobriedad, tradición y símbolo. La Real e Ilustre Hermandad y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Victoria, Nuestra Señora de la Paz y San Rafael Arcángel hizo gala, un año más, del sentir cofrade de su puesta de largo en la primavera onubense.
Recién cumplidas las seis de la tarde, con una temperatura excepcional, con olor a incienso, y luz de primavera cofrade, la Cruz de Guía se asomaba por las puertas del templo. Tras ella, una de las imágenes más señeras de la Semana grande onubense. El Cristo de la Victoria, escultura de León Ortega, realizada en el año 1945, y que llenó de pensamiento, reflexión y símbolo el entorno que llenó con el poder de su sola presencia. Altivo, pero resignado; firmeza y alegoría... el murmullo de la calle delataba al respeto por una imagen cargada de símbolo y que, mecida al acorde de la Banda de Cornetas y Tambores Nuestro Padre Jesús Nazareno de Huelva, comenzaba su paseo por las calles de Huelva, llenándolas del poder transmisor del arte cofrade.
Tras él, el arte al servicio de la introspección, el misterio y la reflexión: Nuestra Señora de la Paz. En sus varales, un crespón negro para homenajear a Miguel Ángel Cabrera, Hermano de los Mutilados, fallecido el pasado 24 de diciembre, y nombrado mayordomo perpetuo de la hermandad. Por él, el paso de una imagen bien lucida, de una candidez casi milagrosa, símbolo del sufrir de una madre, de la mirada perdida delatadora de la incomprensión y la desdicha. Tras ella, la Escuela Municipal de Música de Moguer.
Avanzando en el Domingo de Ramos onubense, ‘Los Mutilados’ llenaron su itinerario de las señas de identidad de una hermandad que este año celebra el 50 aniversario de la bendición de su parroquia, la Parroquia de San Sebastián, desde la que procesiona desde el año 1960.
Pasada la una de la noche, y con una multitud de fieles a las puertas del templo, el cortejo cofrade de ‘Los Mutilados’ hacían la entrada en el templo después de pasear por las calles de Huelva, el sentir religioso de un barrio, las plegarias de muchas miradas perdidas y ese anhelo de lo completamente otro que las imágenes de León Ortega siempre han sabido traslucir para hacer grande la Semana Santa Onubense.
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