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Vedette en el Molino Rojo

El azar de la existencia no es tal, sino una cuestión de probabilidad matemática. Que usted y yo permanezcamos con vida no se explica por la concurrencia de una voluntad divina, ni por un hado favorable...

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El azar de la existencia no es tal, sino una cuestión de probabilidad matemática. Que usted y yo permanezcamos con vida no se explica por la concurrencia de una voluntad divina, ni por un hado favorable. Todo está determinado por la matemática. Esto no resulta complejo de explicar.

Pongamos que la probabilidad de que un ser humano perezca aplastado por un piano de cola es de una contra dos mil. Si puede leer esto, significa que, al menos hasta el momento presente, usted no ha sido víctima de un accidente tan molesto. Considerando que el planeta está poblado por unos 6.000 millones de ejemplares de nuestra especie, criatura abajo, criatura arriba, podemos aventurar que 3.000.000 de personas fallecerán necesariamente despachurrados de tan melómano modo. El mismo argumento puede predicarse para el atragantamiento por hueso de conejo, el envenenamiento por gas butano, la sección de la femoral por asta de toro, el atropello bajo las ruedas de un autobús de la línea Moratalaz-La Elipa o el olvido del paracaídas en la exhibición final del curso Iniciación a la coreografía acrobática en caída libre.


Todo lo que puede pasar ocurre porque es probable que suceda.
Podría pensarse que, aceptado este principio como rector del misterio de la existencia, nada de lo que la vida nos depare nos sorprenderá. Si sólo sucede lo que la matemática estima probable, ¿qué puede cogernos desprevenidos? La probabilidad matemática de la muerte es de un cien por cien, lo que nos invita a pensar que, más tarde o más temprano, dejaremos de existir. No hay sorpresa en ello. La vida es algo muy previsible, podría decirse. Yo, sin embargo, creo que la existencia sí deja margen a la estupefacción.

La incertidumbre de vivir reside en ese espacio que la matemática abandona a lo que, aunque probable, no le ocurre siempre a todo el mundo. A pesar de que 3.000.000 de humanos morirán destripados por el peso de un piano de cola, personalmente usted considera que, de entre todas las muertes posibles, ésta le sorprendería enormemente. Resulta razonable creer que uno jamás será elegido para lucir palmito como primera vedette del Molino Rojo, o que no recibirá el premio Nobel de manos del rey Gustavo de Suecia, o que no seducirá a Angelina Jolie, o que no vivirá para ver terminado el tramo de autovía entre Algeciras y Tarifa. Esto es, cuanto menor sea la probabilidad de que algo ocurra, mayor será el asombro.

Aunque nadie puede descartar definitivamente que la Academia Sueca reconozca, y ya era hora, nuestros talentos innatos.

Todo lo escrito hasta aquí ha sido concebido a modo de introducción de lo que sigue a continuación. Y es que hay sucesos que uno no sabe cómo abordar. Vayamos poco a poco.

La experiencia nos enseña que la militancia en un partido político, sea cual sea su orientación ideológica, tiene los mismos efectos que esas píldoras verdes que nuestras madres nos hacían engullir tras las comidas como suplementos vitamínicos. Donde no llegaba el suministro de aportes vitamínicos por vía natural, estaban las pastillas. Con los militantes sucede lo mismo. Una militancia oportuna en el partido adecuado proporciona mayores réditos que cualquier máster, licenciatura o trayectoria profesional.

Esto nos lleva a la reciente remodelación del Gobierno de España y, al tiempo, enlaza con nuestro prefacio introductorio acerca de la probabilidad y la existencia. Lo que más arriba decíamos queda plenamente corroborado por la configuración del nuevo ejecutivo de Rodríguez Zapatero.

En condiciones normales, y sin el concurso del partido, las probabilidades de que Pepe Blanco alcanzara la fama entre plumas como estrella del Molino Rojo habrían sido infinitamente superiores a las de que un día llegara a ser ministro.

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