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Morbo (III)

La gente lo usa para llevar a más, triunfar, subir. Un ciudadano medio pasa ocho horas frente a la pantalla del televisor o internet

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  • Pedro Cardeñosa
Observar al otro o escudriñar en las vidas ajenas es de mal gusto. Sin embargo, la tentación nos puede a veces. El hecho de entrar en la intimidad o conocer algo prohibido es razón suficiente para desatar en nosotros un verdadero deseo…es el morbo. 

El morbo es algo que nos atrae como un imán cuando vemos algo prohibido. Detenerse en la carretera para ver un accidente de tráfico, pasar miedo con una película de terror o empaparse de las intimidades en un programa de televisión como Gran Hermano son cosas que producen morbo. 


En los años sesenta, el filósofo francés Guy Deborde publicó un libro clásico, La sociedad del espectáculo en el que explicaba cómo en la sociedad moderna todo se ha convertido en espectáculo: el estado-espectáculo, los rituales litúrgicos-espectáculo, etc. Incluso, de acuerdo con los parámetros de las industrias culturales, aquello que no es espectáculo no tiene probabilidad de éxito en los medios. 

No es nuevo en la condición humana. En la antigüedad hubo aún más morbo, porque la ignorancia es su caldo de cultivo. Se vivía en un mundo de miedo permanente a todo: a la naturaleza, a los animales, a los otros humanos…
Y como no había explicación para nada, todo tenía una connotación morbosa: el sexo, la vida, la muerte, la deformación, la enfermedad, los monstruos, los dragones o las brujas, los espíritus y los endemoniados. Hasta los cuentos infantiles hablan de miedo: Los Hermanos Green recopilaron cuentos populares de tradición oral como El Sastrecillo Valiente o Hansel y Gretel, que contenían escenas terroríficas. 

Hoy el morbo es mediático y universal. Basta apretar un botón. De hecho, millones de personas observan en la pantalla las peleas entre personajes mediáticos cuyo objetivo es conseguir que el invitado llore delante de la cámara. El morbo está de moda por razones económicas. 

La gente lo usa para llegar a más, triunfar, subir. Un ciudadano medio pasa ocho horas frente a la pantalla del televisor o Internet. El placer de espiar a los demás se ha comercializado. Todos somos espectáculo, incluso, sin quererlo.

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