Las plazas son un ambiente muy extraño y hostil para los toros bravos, unos animales que, antes de llegar a este último escenario, llevan una vida tranquila y apacible en el campo, muy distinta a los estereotipos que rodean a este animal y mucho más feliz.
Acercarse a la vida real de los toros bravos, conocerlos en su entorno, es la oportunidad que algunos ganaderos ofrecen como una oferta turística más que no sólo atrae a los amantes de las corridas taurinas.
"Para los aficionadas a las corridas es un disfrute absoluto ver al toro tan cerca. Para los que no, es una oportunidad de ver al animal en su entorno natural, de conocer cómo son unos animales que viven muy bien los cinco años de vida que tienen antes de llegar a las plazas. Aquí los ven felices", explica Alicia Rudiez.
Ella se encarga de llevar a los turistas, subidos en un tractor, por la finca en la que cría con su marido la ganadería de toros bravos Cebada Gago en Medina Sidonia (Cádiz)
Aquí recibe no solo a españoles, sino también a grupos de franceses, alemanes, estadounidenses o de otros países que quieren acercarse a un animal que, a pesar de su nombre, es tranquilo y pacífico, salvo que sienta una amenaza o se vea vulnerable.
Muchos son los estereotipos que rodean a los toros bravos. Para empezar, cuenta Alicia Rudiez, el turista puede hacer esta visita vestido de rojo, porque sólo ven en blanco y negro.
Que el capote de los toreros sea rojo se debe más bien a cuestiones estéticas del espectáculo, porque si fueran de otro color la sangre destacaría más.
Los toros llegan a estas fincas después del destete, a los seis o nueve meses, y aquí viven, divididos por edades, hasta los cuatro o cinco años, la edad a la que, los que valen, se marchan a la plaza de toros.
El toro bravo es una animal "vaguete", pero en estas fincas se encargan de hacerles llevar "una especie de vida de atleta", que incluye hacer ejercicio, correr unos tres kilómetros diarios, "para que cojan fondo y luego en la plaza no se ahoguen".
Llevan una cuidada alimentación, en la que suelen comer unos siete u ocho kilos de piensos especialmente preparados para ellos, porque sólo con los pastos no alcanzarían el peso que se les exige en las plazas, a las que llegan sin haber conocido hembra.
Para llegar a las plazas hacen un viaje que, a pesar de ir acompañados de sus mayorales, no les debe gustar mucho, porque sólo en el trayecto pierden unos cincuenta kilos.
"En la plaza se sienten solos, es un entorno diferente. Para empezar son redondas, no encuentran rincones como aquí y reciben muchos estímulos desconocidos", explica Alicia Rudiez.
Además se separan de sus compañeros: "es un animal social y muy territorial, viven en grupo".
Los que no llegan a la lidia se quedan como sementales, que mueren de viejos a los 17 o 18 años; o se emplean en festejos populares o para entrenamientos de toreros.
Las visitas para conocer a los toros bravos son una de las muchas actividades turísticas que promueve la Cámara de Comercio de Cádiz con "Cádiz, industria viva", un proyecto con el que ofrece nuevas ofertas con visitas que, además de dar a conocer nuevos espacios, pueden servir para generar una línea de negocio complementaria para las empresas.