Confieso que no tenía ni remota idea de cómo sería su jeta, aunque algo me decía que sería de esas personas que llevan grabadas en su faz el resentimiento, el revanchismo y esa falsa mueca de ¡soy superguay!, aunque vaya por delante que no sé si las fotos que me he topado le hacen justicia.
Por lo visto, y según va uno conociendo al personaje, no es nada nuevo que cada cierto tiempo tenga usted que dar salida a la mala hiel reconcentrada que se acumula en sus entrañas. Y parece ser que, últimamente, el ascenso del Xerez le ha generado otro brote de bilis, del que no sé si podrá curarse, al menos durante una temporada futbolística.
Le aseguro que me llama mucho la atención y no me cuadra en absoluto que una persona que se ocupa y preocupa de rescatar del olvido al idioma español en antiguas colonias –caso de Radio Manila–, o que se bate el cobre organizando cursos y talleres para jóvenes marroquíes, o que pone en marcha proyectos de comunicación en Sáhara o el Magreb, tenga tanta mala leche y tanto odio para con sus vecinos, que al fin y al cabo son los que tiene más cerca. Lo siento pero parece que padeciera una esquizofrenia social, no sé si impulsada por su condición de periodista al servicio del régimen, o porque simplemente a usted lo que le gusta es escandalizar y caldear los ánimos.
A mí, sinceramente, como que me da igual que se meta usted con Jerez y su gentes, su fútbol y sus costumbres; que usted nos considere más sevillanizados que otra cosa; servidumbres del destino y de depender orgánicamente tantos años de la diócesis de Sevilla, que yo creo que en el fondo es su gran trauma, la metrópoli sevillana. Su artículo de El País, le delata. Pero como usted comprenderá, teniendo mitad sangre jerezana, un cuarto de León y otro cuarto de Bornos, pues como que me resulta indiferente su localismo barato y absurdo que, insisto creo que tiene más que ver con quien le paga actualmente su sueldo (recuerde que en el fondo es una perversión, porque en realidad se lo pagamos todos) que con una persona de su capacitación (como lo del valor a los militares, se la suponemos) y sobre todo con las responsabilidades representativas que usted aglutina, aunque eso es harina de otro costal que los cosmopolitas periodistas de Cádiz tendrán que resolver, si quieren.
Yo disfruto una barbaridad cuando voy a Cádiz, a la que descubrí con los ojos del alma –cosas de la vida–, cuando regresé de una estancia en Venecia. Con la gracia y el ingenio de esa tierra, su manera de afrontar la vida; y me alegro cuando el Cádiz está en lo más alto, con una afición entregada a sus colores. Pero cuando voy a la capital –le aseguro– no tengo complejo alguno de cateto, porque si uno le pone la lupa a Cádiz, y se la ponemos ahora descriptivamente, a catetos estaríamos casi igualados, con sólo recordar en visión apocalíptica, a la Chari con su batita de guatiné, y al Chano con sus bermudas y camiseta imperio, con toda la carga que ello conlleva detrás.
No se haga mala sangre, hombre. Si no le gusta Jerez, le entendemos. La bahía no es mal sitio, disfrútela. Pero le aseguro que la gente de este cahíz de tierra suele ser igual de buena que la de Cádiz, distinta, pero igual de buena. Yo le invito a una copita de vino, usted elija, para que no diga al final que le obligamos a mamarse de Jerez.
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