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'La señorita Julia', una de las grandes apuestas en la recta final de la temporada de otoño

?La señorita Julia? es la obra más conocida del autor sueco August Strindberg. El pasado sábado llegó a las tablas del Villamarta según la adaptación de Juan Carlos Plaza y la dirección de Miguel Narros

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  • María Adánez regresó a las tablas del Teatro Villamarta con otro personaje femenino plagado de matices, el de la Julia de Strindberg. -
  • María Adánez dio vida a uno de los personajes más conocidos del dramaturgo sueco, August Strindberg

La recta final de la programación de otoño del Teatro Villamarta reservaba una de las funciones más atractivas y relevantes de la temporada: la representación de La señorita Julia, en la versión de Juan Carlos Plaza, dirigida por Miguel Narros e interpretada por María Adánez, que recalaba en Jerez después de las excelentes críticas cosechadas en la capital de España.

Raúl Prieto logra una elocuente interpretación en su composición del criado amoral y arribista

Basada en la obra más conocida y versionada del escritor y dramaturgo sueco -entre otras muchas cosas-, August Strindberg (1849-1912), la historia de La señorita Julia se desarrolla en el interior de la cocina de una gran mansión en la noche de San Juan, donde coinciden Cristina, la cocinera, Juan, el criado, y Julia, la hija del conde, una joven airada y caprichosa a la que no le importa relacionarse con el pueblo llano, después de su reciente y dolorosa ruptura sentimental, con tal de llamar la atención. Juan y Cristina son amantes, aunque el primero está obsesionado con su señorita y con escalar posiciones sociales, fruto de una formación personal que considera muy por encima del rol de sirviente que desempeña.

Con tales registros se inaugura una velada que llegará hasta el amanecer del nuevo día, en el que todos despertarán a la realidad que les toca vivir después de una pugna dialéctica y física incesante, también psicológica, en la que sobresalen la lucha de clases y de sexos, el peso de la tradición sobre las nuevas corrientes morales y, en especial, un incansable pulso por imponer una posición dominante, de superioridad, del hombre sobre la mujer, o viceversa, de las clases bajas sobre las altas, y viceversa.

La versión de Juan Carlos Plaza y Miguel Narros es fiel al texto original -no hay variaciones escenográficas, ni temporales-, pero no por ello deja de ser arriesgada, incluso atrevida, hasta el punto de ahondar en aspectos extraliterarios de la obra mediante un prólogo en el que los actores -todavía sin caracterizar y saludándose con sus nombres de pila- exponen al público sus “Notas previas sobre Strindberg y La señorita Julia” en las que anticipan algunas de las claves argumentales de la historia, las fuentes de inspiración del autor sueco, las partes autobiográficas y los condicionantes socio políticos y culturales de la fecha en que fue escrita, 1888. A partir de ahí, y ya de llenos en el desarrollo dramático de la historia, la representación se apoya en unas muy buenas interpretaciones y en la excelente escenografía de Andrea D’Odorico.

María Adánez, que se dio a conocer en el cine hace ya veinte años, y que ha alcanzado la popularidad y el reconocimiento a través de la televisión, vuelve a demostrar que su apuesta por el teatro no es convencional ni pasajera -las obras en las que ha participado hasta ahora así lo ponen de manifiesto-, y mucho menos populista, aunque, eso sí, su presencia como referente en el cartel sea una garantía para la productora del espectáculo. A María Adánez ya la conocíamos sobre unas tablas y su evolución interpretativa queda patente aquí con un completo dominio de la escena, con su extraordinaria forma de moverse para adueñarse de cada situación; tal vez por eso mismo, el gran descubrimiento de la función haya sido el de Raúl Prieto, como el joven criado arribista y amoral que termina embaucando a su propia señorita con el fin de alcanzar sus planes, aunque todo quede en el sueño fugaz de una noche que se rompe con la primera llamada del conde. Cierra el trío protagonista una muy convincente Chusa Barbero, como la cocinera entregada a su trabajo y a su fe religiosa, incapaz de afrontar cambios en una vida que sigue unas pautas convencionales muy tradicionales y serviles.
A ellos se suman desde un segundo plano la violinista Andrea Szamek y el acordeón de Scott. S. Singer, que amenizan el ambiente festivo con el que arranca esta incómoda historia que sigue planteando numerosos interrogantes acerca de la relación entre los seres humanos, sean o no del mismo sexo, sean o no de la misma condición social y moral.

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