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'Fleishman está en apuros', un absorbente retrato generacional

La miniserie emitida por Disney posee originalidad, madurez, honestidad, sentido de la realidad y unas excelentes interpretaciones femeninas

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Toby Fleishman trabaja en uno de los mejores hospitales de Nueva York, tiene dos hijos, acaba de divorciarse y ocupa su tiempo libre conociendo mujeres a través de aplicaciones para ligar con las que solamente les une el sexo. Sin embargo, su mundo da un nuevo vuelco -el primer plano con el que arranca la serie es el sky line de la ciudad boca abajo- cuando su exmujer desatiende sus compromisos como madre y desaparece de la ciudad, obligándole a ejercer la custodia de los pequeños.

Desde ese momento, el único apoyo del protagonista -Jesse Eisenberg, ese chico de aire engreído y dicción velocísima que parece repetirse en exceso en todo lo que hace- son sus antiguos amigos de universidad: Seth (Adam Brody), que triunfa en la Bolsa y en el amor; y Libby (Lizzie Caplan, tan extraordinaria y natural como en todo lo que hace), periodista frustrada e irremediable ama de casa, que se aferra al drama de su compañero para dar un nuevo aliciente a su rutinaria vida, al tiempo que nos ayuda a desentreñar los motivos por los que la vida de Toby se ha acostumbrado a las sacudidas.

Fleishman está en apuros evoluciona a partir de ahí en sucesivos flashbacks que retoman tanto los años de universidad del trío de amigos, como la vida en matrimonio de Toby con Rachel, a la que da vida una soberbia Claire Danes en sus más contadas apariciones. Contadas con intencionalidad, porque a lo que se dedica Libby es a reconstruir sus vidas, pero escudriñando en los dos puntos de vista, que terminan siendo los de su propia vida conyugal.


Basada en la novela de Taffy Brodesser-Akner, autora a su vez de la adaptación, la miniserie, emitida por Disney -queda la duda de si la censura visual y sonora sobre la crítica acerca del mítico parque de atracciones es real o un mero gag-, cuenta como directores principales con la pareja artística formada por Jonathan Dayton y Valerie Faris, resonsables de títulos tan apetecibles como Pequeña Miss Sunshine o La batalla de los sexos, a los que hay que atribuir la originalidad y honestidad de la puesta en escena, al servicio de un texto en el que abundan los buenos diálogos y el sentido de la realidad, de la madurez -o la falta de ella- desde la que se retrata a una generación concreta, con sus virtudes y defectos, pero sobre todo muy próxima al mundo que nos rodea, lo que la hace cercana y contundente.

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