Fernando Hierro es un hombre curtido en mil batallas futbolistícas, como jugador e incluso desde los despachos. Sabedor de que era el primer gran momento de la verdad en este Mundial fue consciente de que era necesario dar un giro o encontrar algo que revitalizara el panorama después de la irregular fase de grupos.
Hizo lo que muchos le pedían: actuó. Sorprendió dejando en el banquillo a Andrés Iniesta. También fueron relevados Dani Carvajal y Thiago Alcántara. Entraron en esta 'minirrevolución' Koke Resurrección, Marco Asensio y Nacho Fernández.
Y aunque la situación pareció dar sus frutos en el tramo inicial del partido con el autogol de Sergei Ignashevich el encuentro derivó casi en un partido de balonmano que no supo resolver cuando lo tuvo de cara y desnivelar cuando se topó con el frontón ruso. Al final, la 'ruleta' de los penaltis y la maldición del anfitrión sepultaron a la Roja.
España se topó ante un rival pertrechado atrás como pocos, que cerraba todos los espacios, a la espera de una acción con la que, primero empatar, y luego encontrarse una victoria que apenas nadie esperaba.
Y los cambios con los que pretendía Fernando Hierro encontrar firmeza y fluidez no modificaron el panorama, porque España se perdió en unos manejos de balón eternos, lentos hasta el aburrimiento, sin desequilibrio alguno.
Para Rusia fue relativamente sencillo anular cualquier intentona de la Roja pese al esfuerzo constante del que más y mejor lo buscó, Isco Alarcón, al menos hasta la salida de Andrés Iniesta en el segundo tiempo.
El miedo a arriesgar, alas pérdidas que permitieran salir a la contra a los anfitriones, pareció atenazar aún más a los hombres de Hierro, cuyo juego era cualquier cosa menos dinámico.
Así las cosas, como ante Irán y Marruecos principalmente, España volvió a mandar, a llevar la iniciativa, a controlar la posesión de forma tan escandalosa como inoperante.
Al descanso el porcentaje de posesión de balón era de 71-29 para España. Al final de los 90 minutos de 74-26. La diferencia de pases era espectacular también, pero en cuanto a tiros no era lo mismo.
No se puede decir que no lo intentaran los jugadores de Hierro, por un lado y por otro, pero lo hicieron de forma muy parsimoniosa, con escasas ideas, por no decir casi ninguna ante el frontón de Stanislav Cherchesov.
A los rusos, que se encontraron el empate gracias a un inocente penalti de Gerard Piqué, les valía con resistir, con más o menos tranquilidad, las aproximaciones constantes y continuas, hasta rutinarias de la Roja.
Esa incapacidad general para sorprender acomodaba cada vez más a Rusia, que pareció firmar la prórroga y luego los penaltis sin ningún rubor.
Hierro tuvo que 'deshacer' esos cambios. Retornaron al campo Iniesta, gracias al cual llegaron varias aproximaciones con peligro. Dani Carvajal tuvo que reemplazar tocado a Nacho Fernández. Iago Aspas volvió a reemplazar a última hora a un infatigable Diego Costa y, ya en la prórroga, recurrió a Rodrigo Moreno en lugar de un Marco Asensio cuyo lanzamiento de falta fue el que significó el tanto inicial.
Solamente Rodrigo Moreno, ya en la segunda parte de la prórroga, se salió del guión, con una galopada y otra intentona, pero con idéntico final que había tenido Andrés Iniesta con un tiro anterior y se topó con la actuación de Igor Akinfeev, a la postre el héroe de un Luzhniki enfervorizado que no se creía que había superado a un rival tan superior aunque tan falto de dinamismo e ideas, al que los cambios no le dieron el aire que necesitaba el conjunto.
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Cambios sin cambio para 'morir a la ruleta rusa'
Sabedor de que era el primer gran momento de la verdad en este Mundial fue consciente de que era necesario dar un giro
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