El mejor antídoto contra esta funesta epidemia insufrible a causa del aluvión de tragedias que nos desayunamos un día si y otro también, es el buen humor. Y que no se me mal entienda pensando que soy un desalmado, que me importa un pene lo que sufran los demás y que estoy acorazado contra las miserias mundanas. En absoluto. Todas esas desgracias me duelen igual que las contracciones de un parto. Cuando veo los titulares de la prensa que me engullo cada mañana, me da un infarto de abatimiento que solo lo supero con un buen video de Gila. Ya saben. Aquel republicano sobreviviente a un pelotón de fusilamiento, que debe andar vagando por el ultramundo con su camisa roja, alegrándole la muerte a los que no tuvieron su suerte y cayeron taladrados por plomo, estaño y antimonio, en cualquier maldita cuneta de aquellos malditos años, maldita sea la guerra.
Yo puedo poner de mi parte para no desinflarme ante tanta desgracia dejando de leer periódicos. Puedo darme un chute de humorismo dejando de ver informativos, y puedo instalarme en los mundos de Yupi dejando de escuchar el Matinal SER o cualquier otra pasarela radiofónica de ultrajes para el oído. Pero lo que no puedo es mandar a la papelera de reciclaje los avances tecnológicos y la evolución, porque uno afortunadamente tiene familia y amigos, y necesita la relación telemática para estar al tanto de los aconteceres de la prole y los colegas, y no deambular por la cabalgata del progreso con el paso cambiado como un zocato obstinado.
Lo que ocurre es que en ese elenco de contactos también hay integrantes adictos a la aflicción, que disfrutan con las primicias pútridas y no dudan en darte los buenos días con el asesinato masivo a tirosde treinta criaturitas en cualquier escuela de primaria, o los cientos de fallecidos contabilizados en un aterrador terremoto de magnitud 7.9 en la escala Richter.Y si no tienen novedades luctuosas con las que joderte el día, te recuerdan el centésimo décimo segundo aniversario del hundimiento del Titanic con sus 1.496 víctimas congeladasen el Atlántico, contadas una a una. De tal manera que lo único que conseguiría es taponar la entrada de información depresiva por un lado, pero dragar el canal de acceso a calamidades por otro. En vista de las circunstancias y para tratar de evitar la incitación al pesimismo, no he tenido más remedio que adentrarme en el puente de mandos de la azotea y forzar la mollera avante toda. De momento, el empeño ha dado su fruto y he cosechado una idea que ya luego veremos el resultado que da. La recolecta es algo así como una llamada de socorro o triple
meydey ( pronunciado en la más precisa declamación inglesa para evitar confusiones) cuyo único objetivo es desconectarme de cualquier foco contagioso de angustia, y que concluye con un escueto
¡Mandadme chistes, por favor! Chistes nuevos que me sorprendan. Chistes antiguos que me reaviven. Chistes de borrachos. Chistes de políticos. Chistes verdes. Chistes negros. Chistes inocentes. Chistes bordes. Chistes del bizco Pardal.Chistes de payos y gitanos. Chistes como aquellos del avión con un inglés,un francés y un español…Me da igual el tema. De vagos, de rateros, de curas, de fulanas. Chistes irónicos o sarcásticos. Un chiste siempre estimula. Chistes que me hagan reír. Mandadme chistes y más chistes sin parar. Chistes que me provoquen dolor de barriga. Que me causen flemones en las anginas y que me irriten los ojos de tanta risa. Chistes buenos o chistes malos, como el de aquella mujer tan pobre que en vez de dar a luz dio a oscuras.O como ese de Jaimito que fue de visita a layuntamiento y le dijo el alcalde
¡Ah, tú eres el de los cuentos! y él contestó.
No. El de los cuentos eres tú. Yo soy el de los chistes. Mandadme chistes por favor, aunque sean inventados. Chistes de los egipcios o de los alienígenas. Chistes del comandante Lara desde cuando era sargento que con este tío yo es que me parto. Chistes de Barragán, de Paco Aguilar, de Pedro Reyes, de Manolo de Vega, de Marianico
el Corto.O del pobre Eugenio, con el que el dios Momo se lo estará pasando pipa. Que no quiero hipotecar mi alegría a la banca de las desdichas. Que yo tengo problemas, pero yo no soy mis problemas. Que quiero sentirme contento en este perol de calamidades y llegar al estado nirvana sin más iluminación espiritual ni meditación, que la ausencia de crónicas funestas y revelaciones infaustas. En fin, que porque yo aspire a una sonrisa, el mundo no va a ser el de
Imagine de John Lennon, por supuesto. Pero al menos será un poco mas digerible. Hagámosle caso a Charles Chaplin, mentor del disparate, cuando dijo aquello de que,
Un día sin risa es un día perdido.