Alcaldía bicéfala

La política portuense ha tomado hoy un rumbo propio de un régimen autoritario, más cercano a las monarquías absolutistas que a un sistema democrático. Sí queridos vecinos, nos han vendido al peor postor y toda la responsabilidad cae sobre vuestro alcalde, Germán Beardo.
La democracia debe ser individualista, la política un contrato, y el romanticismo, un lujo que no nos podemos permitir Hablamos de la reciente designación del Coordinador General del Ayuntamiento. Tras más de cuarenta años moviendo los hilos de la política portuense desde las sombras, Antonio Caraballo ha conseguido oficializar lo que siempre fue: un alcalde no electo y sin necesidad de pasar por las urnas. Las felicitaciones, por supuesto, se las deben dar ustedes a Germán Beardo. Pues ha logrado que Caraballo ostente el máximo poder en el consistorio sin haber ganado unas elecciones, sin ser funcionario público y, por supuesto, sin haber transitado por el camino de la transparencia y la pulcritud administrativa.
Hoy, nuestra ciudad cuenta con dos alcaldes: uno electo y otro bajo aquello que llaman “elección de libre designación”, a mí me gusta llamarlo elección a dedo. Así es como Antonio Caraballo ha alcanzado su nueva posición, embolsándose más de 100.000 euros anuales, sin haber superado unas oposiciones, sin una trayectoria como funcionario y, lo que es peor, sin escrúpulos.  Puede que algunos penséis que exagero, pero las atribuciones de este sablista son las propias de un alcalde. Entre sus funciones destacan: efectuar instrucciones técnicas y fijar directrices a los máximos responsables técnicos. Ejercer atribuciones delegadas adoptando sus resoluciones la forma de decreto. Conocer, tramitar, impulsar y resolver cualquier expediente. Inspección general de los servicios públicos municipales, la realización de auditorías operativas y de gestión sobre los diferentes servicios y unidades administrativas, entre otras.
Hoy, las palabras de uno de los padres del liberalismo resuenan en los pasillos del Ayuntamiento: la democracia debe ser individualista, la política un contrato, y el romanticismo, un lujo que no nos podemos permitir.