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Sábado 20/04/2024  

En román paladino

Huir de la fatalidad

Poner un candado a las reformas es encadenar el futuro al pasado

Publicado: 30/12/2020 ·
10:06
· Actualizado: 30/12/2020 · 10:06
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  • Constitución Española. -
Autor

Rafael Román

Rafael Román es profesor universitario, miembro del PSOE, exconsejero de Cultura y expresidente de la Diputación de Cádiz

En román paladino

El autor aborda en su espacio todos los aspectos de la actualidad política tanto de España, Andalucía y la provincia de Cádiz.

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Las fatalidades de la historia de España han sido frecuentes y, las más de las veces, reiterativas. Lo mismo que las oportunidades han sido también señaladas y han sido aprovechadas con frecuencia. La colonización americana -por mucho que ahora  -tan atemporal como antihistóricamente-  se  enjuicie por  muchos con la mentalidad del siglo XXI- constituyó un hito  destacado porque fue una hazaña   muy   por encima de la capacidad de un pueblo. Aquella oportunidad le ha dado  a la lengua casi 600 millones de hablantes y a España  una dimensión universal.  Las guerras africanas han sido una fatalidad de principio a fin. La fatalidad  también  acompaña otro  lado de nuestra historia, la  constitucional. A pesar de lo temprana de nuestra  primera constitución -1812- cuando sólo Francia y Estados Unidos ya disponían de una  que reconocía la separación  de poderes y la soberanía popular, el transcurso del tiempo nos ha demostrado la anomalía constitucional española. La escasa duración de nuestras constituciones está ligada a la intransigencia como vicio nacional. Han sido derribadas, no reformadas, han sido anuladas,  y algunas hasta proscritas, para ser sustituidas hasta  por ninguna.

La actual Constitución es una excepción en nuestra historia. Dura ya 42 años. Pero se entorpece cualquier reforma de calado para actualizarla. Hay fuerzas  políticas que quieren, demolerla, derribarla. Lo mismo que hay otras que desean verla intangible, intocable e irreformable. El punto medio del moderantismo, sin la impronta de su significado en el siglo XIX, sino con la entonación liberal gaditana, como acuñó Marichal,  parece  imposible en la España de hoy.  Y de esa fatalidad es de la hay que escapar. Es la gran tarea a la que deberían estar convocados las grandes fuerzas políticas. También las pequeñas. O se coge el camino de las reformas o un día el corsé se descoserá abruptamente.

Poner un candado a las reformas es encadenar el futuro al pasado. Es lo que ha sucedido cuando la monarquía  en el XIX y el XX ha colapsado por su recurso al autoritarismo o la intromisión del rey en la política partidista, dando paso a repúblicas efímeras, porque se hacía el borrón y cuenta nueva, cuando no a  una dictadura militar.  Hoy se aprecia una pendiente de descalificaciones y odios mutuos que evocan las peores momentos  de esa intransigencia que no puede conducir a ningún sitio bueno.

 

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