Que escoja el lector. Todos los dirigentes del periodo histórico del Partido Popular se han personado presencial o telemáticamente ante la Audiencia Nacional para responder sobre su conocimiento de la existencia de una caja b en el partido en el que ejercían las máximas responsabilidades. Todos lo negaron. Ninguno conoció, recordó o advirtió la presencia de una contabilidad paralela. Si ninguno la conoció difícilmente se podían beneficiar de la misma. El camino más corto, eficaz y casi definitivo para tratar de convencer a los magistrados era desconocer cualquier atisbo de caja b. Eso hicieron con una coordinación que asusta. La caja b no existía, ninguno cobró un sobresueldo, casi no conocían al tesorero Bárcenas, no vieron ninguna caja fuerte, la sede se remodelada sola…todo se derivó al difunto D. Álvaro de la Puerta Quintero, abogado del Estado, procurador en Cortes en tiempos de Franco, consejero del Reino en la Transición, diputado una veintena de años en democracia y tesorero del PP desde 1993 a 2008. Su muerte a los noventa años y su anterior demencia le impidió declarase culpable, o inocente, del conjunto de las finanzas, pero ya lo responsabilizaron de todo, tras su fallecimiento, sus solidarios compañeros. D. Álvaro, ellos no te olvidaron.
La memoria es aviesa, escurridiza, nada fiable. Lo dijo certeramente José Manuel Caballero Bonald: “Complejas son y mudadizas las leyes del recuerdo”. Esta sentencia lo ahorra todo. Los gerifaltes del partido conservador quisieron nacer de nuevo.
Eran recién nacidos que llegaban a su nueva vida sin memoria. Unos son abogados del Estado, otros registradores, quién funcionario del Consejo de Estado, alguno senador en activo, otros finísimos representantes de sus intereses en consejos de administración.
Nadie puede entender cómo pueden desempeñar sus cometidos con tamaña desmemoria. Se antoja tan difícil, según contaba Chano Lobato, como aquel que recordaba todos los detalles de la vida y las costumbres de los tartesios y al que su compadre le contestaba que él no sabía ni dónde había dejado la llave de su casa.
El derecho al olvido de los buscadores de Internet es una broma macabra comparada con el derecho al olvido absoluto ejercido por estos expertos sabuesos políticos cuando estaban en activo.
Hoy son pasto de las aguas del Lete, el río del olvido. El que bebía sus aguas lo olvidaba todo. Se lo bebieron hasta quedar saciados. No dejaron ni gota.