El Real Jaén lleva ya varias semanas convertido
en una máquina bien engrasada y diseñada para ganar un partido tras otro pero el de este domingo, en casa del filial del Almería, fue uno de esos que pueden marcar un antes y un después en la temporada de cualquier equipo. Sobre todo por la actitud y el nivel que mostraron el equipo de Manuel Chumilla durante todo el encuentro. Y, desde luego, si había un partido para ganar de la manera en que lo hicieron era en el de ayer por el trato que recibió la afición blanca.
Decenas de personas tenían organizado su viaje para animar a su equipo en tierras almerienses y
el club local, aludiendo a un problema de seguridad que no ha tenido ante ningún otro rival en lo que va de campaña, decidió que el partido fuese a puerta cerrada. Otro gallo le hubiera cantado al FC Barcelona si hubiese hecho lo mismo ante el Eintracht de Frankfurt. La única explicación lógica que se le puede dar a esta decisión es que quisieran evitar ver sus gradas llenas de la afición de otro equipo.
No pudo evitar el Almería que aún así hubiese más de una decena de aficionados que se desplazaron para ver el partido desde fuera de la valla del anexo del Power Horse.
Tampoco pudo el equipo rojiblanco evitar que el Real Jaén le pasase por encima en el campo de juego. No tardó ni cinco minutos en avisar el conjunto blanco de lo que iba a ser el partido: un monólogo. Mario Martos tuvo la primera cuando solo se llevaban dos minutos de encuentro y de ahí en adelante las llegadas de peligro tuvieron un ritmo constante, como el del martillo de un herrero que moldea a la fuerza un hierro candente.
El metal se llamó Obón.
El cancerbero almeriense fue el mejor jugador de su equipo con diferencia y también fue el único que logró evitar que esta crónica hablase de una goleada para recordar. Porque cabe recordar que el Real Jaén doblegó a un conjunto que llegaba al duelo como el máximo goleador de la categoría. Un equipo que durante la primera mitad solo fue capaz de hacer un tímido tiro a puerta por mediación de Lokosa y que apenas cruzó con sentido el medio del campo.
Por contra el conjunto jiennense se dio un atracón de ocasiones claras de gol. Montiel disfrutó de un disparo cruzado que lamió el poste antes de salir y Antonio López, cuyo estado de forma merece una crónica para él solo, fabricó una chilena que se mereció entrar solo por lo estético de la jugada. Tuvo que esperar el ariete blanco para conseguir su gol, el único de un partido en el que debería haber firmado algún otro. Y, como suele pasar en estos casos,
el tanto llegó de la forma menos elaborada posible.
Un centrocampista local dio un mal pase atrás y
Antonio, que suele ser el más listo de clase, lo recogió para batir por bajo a un Obón que por mucho que pare milagros tampoco obra. López sumó así el gol a una lista de ocasiones que había sido muy amplia en los minutos previos pues lo había intentado con la testa encontrándose con el portero y también se puso el traje de asistente para brindar un inmejorable balón a Mario Martos que también chocó con el inspirado guardameta. Se llegó así al descanso con la sensación de que el resultado no hacía justicia a lo visto sobre el césped.
Volvieron de vestuarios ambos equipos con el mismo once, algo sorprendente en un conjunto almeriense que fue un juguete en manos de un Real Jaén con ganas de ocio. Es cierto que
los blancos redujeron notablemente su producción ofensiva durante la segunda mitad pero, aún así, tuvieron el partido controlado en todo momento.
El Almería no encontró ni la claridad en la elaboración ni el desborde necesarios para generar verdadero peligro en una meta de Javi Sánchez aunque un servidor atribuye esto más al mérito de un Real Jaén que mostró una actitud arrolladora que a demérito de un conjunto almeriense que demostró estar un escalón por debajo de los gallitos del Grupo IX. Sin sobresaltos, con el cariño de los aficionados desplazados a Almería y de los que tuvieron que quedarse en casa y verlo por la televisión y con tres puntos más en el bolsillo,
el Real Jaén volvió a casa tras un encuentro digno de un campeón.